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AMIGA POR :  REYNA VALENZUELA CONTRERAS Amiga, no es necesario que respondas, simplemente hoy no fue un día de los buenos, el puño de lágrimas que ando atando a mis pestañas,  de tanto atar, se desató hasta encharcar el suelo. ¿Cómo hilvanarlo de nuevo? Amiga, ya son cinco años que se me perdió la vida… Es fecha que no me encuentro,  le he llorado tanto o más que si se hubiera muerto.  Sigue aquí,  yo sin él, atados a esa historia de amor en maldita hora vivida, ésa que nos unió siendo tan jóvenes, cuando el amor llenaba bolsillos vacíos, los besos saciaban mis ganas y una historia de amor se apuntalaba con sonrisas; días de escuela, planes de vida y  tantos sueños. Hecha hacia atrás su cabellera, se recarga sobre la mesa, toma el salero y lo vacía,  comienza  a hacer figuras que se desvanecen entre sus dedos. Amiga, esa historia se nos destejió sin tener modo de hacerle  algún remiendo... Duele día a día. Esa historia aniquila  los instantes, me enferma,  provocándome unas náuseas que ni la píldora de meclezina logra calmar. Parece que fue ayer; sí, sí, las redes,  ésas acabaron con los pocos matrimonios que quedaban; el mío, el mío no fue ni el primero ni el último. Dejó el celular a un lado, tomó el Klenex de la mesa y lo hizo puño. ¿Cómo se deja ir a quien sin morir se ha ido y sigue vivo pero se fue hace tanto tiempo? Ya no juguetea con la sal. Amiga, ya son diez años de que empezó esta historia... ¿Cómo he podido vivir?  ¡Cómo, si me jodió la vida, y desde entonces, me dedique a joder la suya! Da un golpe seco en mesa, inhala profundo. ¿Eso no es morir? ¿Cómo sobreponerme? Aquí algo se murió hace veinticinco años, el hedor de esa cosa me asfixia. Hoy me di cuenta de la ausencia de color en la casa que habito. Es pálida toda, sin sonrisas en las paredes, ninguna de ellas sonríe. ¿Por qué habían de hacerlo? Cuando entro a la recamaras de mis hijos, ahora hombres, me doy cuenta de cómo se mimetizaron a la falta de color; en las fotografías sus rostro esconden el rasgo de amargura que les fui contagiando, ahora no abrazaban, sonreían poco, estoy segura que mi actitud les arrebató la alegría infantil. Un rictus de amargura la consume, se levanta y comienza a limpiar el polvo que los años han dejado en sus recuerdos. Dicen que la vida te da lo que mereces, para entonces yo estaba en edad de merecer, levantaba mis manos en oración a un Dios bueno, agradable y perfecto que se apiadaría de mi dolor, voltearía su rostro a mí, me contemplaría pequeña, frágil, atendería mis súplicas... Secando mis lágrimas,  con voz de trueno giraría instrucciones a los astros para que se alinearan en mi favor,  por obra y gracia, la situación en mi hogar se tornaría en campo de miel sobre hojuelas... El príncipe azul del que un día me enamoré, se fue, se fue con la primera ranosa que se le puso en el camino; sí, sí, la vio tan pequeña y frágil que él sí atendió pronto a sus súplicas y sus caprichos, de un día para otro la tenía con departamento, cuenta bancaria, coche nuevo -¿y ya va ser usted la que va a estar viniendo?-Me dijo el casero el día que tuve valor para ir a su nidito de amor-, pásele con confianza, si trae llave, no necesita tocar, el licenciado ya tiene con nosotros más de tres años, pero la verdad, con ninguna de sus amigas me había tocado platicar. A treinta y cinco años de que se me cayó el santo al suelo, no lo puede reparar; ese santo desde aquel entonces se desmadró de cabo a rabo, y ni con los astros alineados, aquí sigue, vivito y coleando, pero los astros en mi vida se quedaron más que desaliñados, se soltaron el pelo, se fueron de viaje, se instalaron en otra orbita. Se levanta de la mecedora y camina hacia el espejo. -¿Así cómo, amiga, así cómo? Ya no hay nadie.