¡Y de qué modo lo hizo! Su presencia, lejos de testimonial, fue decisiva para la consecución del cetro continental y para hacer su entrada como séptimo miembro en un selecto club, el de los jugadores que conquistaron Libertadores y Champions League, grupo que hasta entonces conformaban: Cafú, Sorín, Dida, Tévez, Roque Junior y Walter Samuel. Para describir su palmarés se agotan los calificativos. Sin embargo, siempre quedará la pregunta en el aire “¿qué hubiera pasado si…?”. ¿Qué cotas hubiera alcanzado si su estancia en la cima futbolística hubiese sido más extensa? Jamás vi un hombre con mayor talento para el balompié, jamás. Estas palabras que son mías y son de muchos, también las recitó un día Xavier Hernández Creus, ese chico de Terrasa, que todo lo recorrió en el mundo del fútbol. La gran mayoría lo descubrimos con aquel gol a Seaman en Corea-Japón 2002 y lo vimos escalar desde su primer entorchado con Barcelona. Aquel partido fue el del gazpacho, aquel que se inició a las 00:05 horas y a las 1:26:28 ya anotaba su primer gol tras servicio de Víctor Valdés. Víctor había efectuado un saque de mano largo y el balón había sido recogido por Dinho a unos 10 metros de la divisoria, dos quiebres por derecha dieron paso a un descomunal latigazo que tras choque virulento con el travesaño se alojó en las redes del arco sevillista. Quizás se pregunte el lector por qué tanta precisión horaria en estas líneas. En el mismo momento en el que el cuero rebasaba la línea de gol, los sismógrafos del Observatori Fabra detectaban un foco puntual de movimiento sísmico. La euforia de los 80.237 espectadores congregados en el estadio culé lo había provocado. Y esto es lo que supuso Ronaldinho para Barcelona, un terremoto que convirtió a un conjunto ubicado en la mayor sequía de títulos en los más de 100 años de historia de la entidad en una máquina de vencer y de hacerlo jugando lindo, de este modo el joga bonito quedaba instaurado en la ciudad condal. Y es que Dinho, revirtió la dinámica de toda una institución con su fútbol y carácter. Las sombras de la era Gaspart se esfumaban y los viejos fantasmas desaparecían sin dejar huella al mínimo contacto con la amplia e inmaculada sonrisa de Ronaldinho. A partir de ese momento una escalada triunfal que le llevaría a levantar al Bernabéu para aplaudirle tras dos eslálones majestuosos; embaucar con su samba ante un cuero inmóvil al equipo más rico del momento antes de ejecutar un punterazo antológico; signar controles, pases, regates y jugadas como aquella ante el Athletic que de no haberse topado con el larguero quizás sería el mejor gol de la historia; destrozar la escuadra milanista en UCL tras driblar a su retaguardia… la lista que culmina en el Balón de Oro es sumamente extensa para tan corto lapso de tiempo. Tras hacer cumbre, llegó una pronta y sorpresiva caída en el Mundial de Alemania 2006 y dos temporadas en las que su peso subía al tiempo que su calidad menguaba, en la que había dejado de bailar en el campo para hacerlo en la discoteca. La noche era su espacio ahora y lo devoraba lentamente. La noche que había comenzado su ocaso en Barcelona se cerraba, y Milán y Flamengo aún con sus luceros, no fueron