1. INTRODUCCIÓN: COMPRENSIÓN LECTORA
Lee el siguiente fragmento de Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza:
Día 10
07.00. Decido salir en busca de Gurb.
Antes de salir oculto la nave para evitar reconocimiento e inspección de la misma por parte de la fauna local.
Consultado el Catálogo Astral, decido transformar la nave en cuerpo terrestre denominado vivienda unifamiliar
adosada, calef., 3 dorm., 2 bñs. Terraza. Piscina comunit. 2 plzs pkng. Máximas facilidades.
07.30. Decido adoptar apariencia de ente humano individualizado. Consultado Catálogo, elijo el conde-duque de
Olivares.
07.45. En lugar de abandonar la nave por la escotilla, opto por naturalizarme allí donde la concentración de entes
individualizados es más densa con objeto de no llamar la atención.
08.00. Me naturalizo en lugar denominado Diagonal-paseo de Gracia. Soy arrollado por autobús número 17
Barceloneta-Vall d'Hebron. Debo recuperar la cabeza, que ha salido rodando de resultas de la colisión. Operación
dificultosa por la afluencia de vehículos.
08.01. Arrollado por un Opel Corsa.
08.02. Arrollado por una furgoneta de reparto.
08.03. Arrollado por un taxi.
08.04. Recupero la cabeza y la lavo en una fuente pública situada a pocos metros del lugar de la colisión.
Aprovecho la oportunidad para analizar la composición del agua de la zona: hidrógeno, oxígeno y caca.
08.15. Debido a la alta densidad de entes individualizados, tal vez resulte algo difícil localizar a Gurb a simple
vista, pero me resisto a establecer contacto sensorial, porque ignoro las consecuencias que ello podría tener para el
equilibrio ecológico de la zona y, en consecuencia, para sus habitantes.
Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más pequeños de entre ellos lo son tanto que si otros seres
humanos más altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y tal vez perderían la cabeza) por
los de mayor estatura. Los más altos raramente sobrepasan los 200 centímetros de longitud. Un dato sorprendente
es que cuando yacen estirados continúan midiendo exactamente lo mismo. Algunos llevan bigote; otros, barba y bigote.
Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situados en la parte anterior o posterior de la cara, según se les mire.
Al andar se desplazan de atrás a delante, para lo cual deben contrarrestar el movimiento de las piernas con un
vigoroso braceo. Los más apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o plástico o de unos
maletines denominados Samsonite, hechos de un material procedente de otro planeta. El sistema de
desplazamiento de los automóviles (cuatro ruedas pareadas rellenas de aire fétido) es más racional y permite
alcanzar mayores velocidades. No debo volar ni andar sobre la coronilla si no quiero ser tenido por excéntrico.
Nota: mantener siempre en contacto con el suelo un pie -cualquiera de los dos sirve- o el órgano externo
denominado culo.
11.00. Llevo casi tres horas esperando ver pasar a Gurb. Espera inútil. El flujo de seres humanos en este punto de
la ciudad no decrece. Antes al contrario. Calculo que las probabilidades de que Gurb pase por aquí sin que yo lo
vea son del orden de 73 contra una. A este cálculo, sin embargo, hay que añadir dos variables: a)que Gurb no pase
por aquí, b) que Gurb pase por aquí, pero habiendo modificado su apariencia externa. En este caso, las probabilidades de
no ser visto por mí alcanzarían los nueve trillones contra una.
13.00. La posición erecta a que llevo sometido el cuerpo desde hace cinco horas empieza a resultarme fatigosa. Al
entumecimiento muscular se une el esfuerzo continuo que debo hacer para inspirar y expirar el aire. Una vez que
he olvidado hacerlo por más de cinco minutos, la cara se me ha puesto de color morado y los ojos me han salido
disparados de las órbitas, debiendo ir a recogerlos nuevamente bajo las ruedas de los coches. A este paso acabaré
por llamar la atención. Parece ser que los seres humanos inspiran y expiran el aire de un modo automático, que
ellos llaman respirar. Este automatismo, que repugna a cualquier ser civilizado y que consigno aquí por razones
puramente científicas, lo aplican los humanos no sólo a la respiración, sino a muchas funciones corporales, como
la circulación de la sangre, la digestión, el parpadeo -que, a diferencia de las dos funciones antes citadas, puede ser
controlado a voluntad, en cuyo caso se llama guiño-, el crecimiento de las uñas, etcétera. Hasta tal punto dependen