Se ha dicho que la organización de la sociedad está cambiando. Las organizaciones de antaño actuaban en un entorno relativamente estable y tenían como fundamento los grandes volúmenes y la producción estandarizada. Se organizaban jerárquicamente, en las que unas pocas personas de la cúpula tomaban las decisiones y luego muchas del nivel inferior las ejecutaban. La especialización conducía a la fragmentación del trabajo y reforzaba la necesidad de una férrea jerarquía. Y la velocidad de respuesta no era otra que aquella que la pesada estructura, los manuales de procedimientos y las prácticas permitían.
Las organizaciones de hoy se mueven en un entorno turbulento. Los bienes y servicios son cada vez más personalizados, con altos estándares de calidad y bajos precios simultáneamente. Disponen de la moderna tecnología de información. Necesitan innovar continuamente y son más intensivas en conocimiento, lo que depende del capital humano. Necesitan tomar decisiones de forma rápida y reaccionar velozmente ante cambios en la demanda o en el entorno competitivo. Requieren coordinarse con otras organizaciones de la cadena de suministro y actuar en algunos aspectos como empresa autónoma y en otros, como parte de una red. Para ellas, las antiguas formas de organización ya no sirven (i) .
Algunas nuevas formas de organización, no tan nuevas
A comienzos de la década de los ’90, Raymond E. Myles y Charles C.Snow, profesores de la Universidad de California, afirmaron que una nueva forma estructural estaba surgiendo al observar las prácticas inter-organizacionales. Acuñaron el concepto de “organizaciones de red” (network organizations) y enfocaron su atención en las “redes dinámicas”, que son aquellas cuyos componentes (empresas) pueden ser ensamblados y desensamblados para adaptarse a las condiciones complejas y cambiantes del entorno.
Una organización de red posee varias características:
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