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No están allí para que los matemos o los veamos como enemigos. Son
simplemente compañeros de convivencia en este planeta llamado Tierra.
A lo largo de varios millones de años hemos aprendido a convivir con mayor o
menor habilidad.
Y esa convivencia es posible gracias a que existen reglas estrictas que regulan los
comportamientos y las conductas.
En la manada hay un líder. El león dominante. El gorila dominante. Y en los
humanos el presidente. Las reglas son estrictas.
El que desobedece al “Rey de la manada” es expulsado sin compasión.
Si no fuera así reinaría la anarquía y el caos.
También en la colmena. Hay autoridades.
Quien se aparta del código de convivencia es eliminado inmediatamente.
Por lo tanto podemos ver muy claramente que en la naturaleza hay un orden.
Unas reglas. Unos principios y que se cumplen a rajatabla.
Casi como el código samurái.
Hay un tiempo para el apareamiento. Una vez cerrada la temporada, las hembras
no admiten nuevos amores. Y si el macho trata de inspirar compasión, o pide una
excepción no será considerado.
Y si insiste será atacado o expulsado del grupo.
El orden es el orden. No hay excepciones. No hay lástima. No hay compasión.
Si lo respeta puede lograr su cometido y vivir feliz y en abundancia. Pero si trata
de quebrar el orden, las reglas, los ciclos, las leyes biológicas, es severamente
ajusticiado. Incluso con la muerte.
A veces con dolor y sufrimiento. Son señales claras.