Visionarios 3 | Page 30

Con los ahorros que tenia y unos pesos que me prestó mi viejo me compre un “Ami 8”. Yo era su novio oficial, sus padres me invitaban a comer ravioles los domingos al mediodía. Y una tarde que íbamos a pescar, seguí derecho por el camino paralelo a la costa, hasta que los pescadores quedaron atrás en el espejo retorvisor. Puse Radio del Plata para que el silencio con fondo de pájaros golpeando sus alas sobre la superficie del rio, no la intimidara. Toda la ansiedad que me aguanté al mediodía elogiando la salsa de su mamá hizo que reventara cada botón de su camisola, como si fueran los globitos del envoltorio de una cafetera. Después de mis cinco minutos de besos ininterrumpidos, y mis dos minutos para abrir el candado que colgaba entre sus omoplatos, quedó al descubierto la superficie de su corazón. La delicia de mis ojos y la obligación de mis pulgares se desconcertaron en el blanco de sus pechos. Más abajo, coronando su pubis triangular, se encontraba el lunar.

¡Patricia!

Sus padres eran católicos, los míos un desastre. Pactamos el casamiento para enero, ya que todos estaban de vacaciones. Fue una fiesta íntima, cuarenta invitados entre las dos familias. Después nos llevaron al aeropuerto. En cinco horas estábamos en Camboriu. Nos registramos en el hotel y subimos a la habitación. Ella me pidió un poco de paciencia y se fue a tomar una ducha. Yo me acosté en la cama aparentando algo de tranquilidad. Cuando abrió la puerta del baño su imagen me apabulló. Bajo el rosa pálido de su camisón, su desnudez era ineludile. Lo que me falta de su imagen, mi imaginación lo generaba. Pero duro poco el rosa, y el camisón. El sopor de sus poros y el deleite de sus encías, los gestos de su complacencia, los pequeños calambres entre sus piernas. Y llegar a su esencia. Pero el lunar había desaparecido.

¡Patricia!

Hicimos el amor miles de veces y de mil maneras diferentes. Yo la miraba cuando se duchaba, y también la miraba debajo de las sabanas. No hay parte de su cuerpo que no conociera, bajo sus axilas, el pliegue de su trasero, su nuca. Pero el lunar no aparecía. Busque en su ropa íntima, en sus medias, en los bolsillos de sus pantalones, en su billetera. Y un día le pregunte,” vos no tenias un lunar”.

-No, nunca tuve uno, mi amor-, me respondió ella

¡Patricia!

Y un día que ella llegaba de hacer las compras no tuve más remedio que darle un mate con un Rivotril. (Creo que fueron 6 o 7 los que machaqué en el fondo del mate). Cuando se durmió, la desnudé. Como un gps recorrí cada latitud y longitud de su cuerpo. Y no encontré ese maldito lunar, y me metí en su boca. Primero me sumergí tapándome la nariz, para aguantar la respiración. Me encontré en el paisaje de una niñez, algo tan monótono, salvo por mi andar con el bolso de las compras frente a su vereda. Y en la tertulia, la imagen panorámica de todos los chicos, y un halo de luz recortando su figura. Ella era la sombra del roció frente a la casa de sus padres, el aleteo de los pájaros al costado del camino de los pescadores.

¡Patricia!.

Yo salí despedido de su vagina para caer a metros de ella.

Ella había terminado de descolgar las sabanas,

Y me pidió que la ayudara a doblarlas

¡Y como me iba a negar!.

Panchuss