Virgilio Piñera al borde de la ficción (La Habana: Editorial UH / Letras Cubanas, 2015) | Page 44
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no tengo necesidad de refrescar la memoria al lector. En suma, todo
parecía anunciar que tendríamos un poeta más; nada sobresaliente,
con «audacias verbales» procedentes de la firma Brull, con resabios
del primer (y nunca segundo, tercero o cuarto) Florit y, claro está, con
las hipóstasis obligadas de programa de los poetas franceses de ese
momento y de antes de ese momento.
Conviene aquí detenerse siquiera un instante en la poesía cubana
que se hacía por ese entonces. ¿Qué teníamos de «activo» poético? En
verdad, nada de que pasmarse: poetas discretos que estaban bien, que
podían ser leídos sin tirar el libro, pero tan solo eso. Estoy tratando
de limar asperezas, pero no queda más remedio que decirlo de una
vez: no contábamos, desde la desaparición de Casal, con ningún otro
pequeño gran poeta. Sin duda, estaba Rubén Martínez Villena -caso
mayor en nuestra poesía-, pero la maldita tisis iba a interponerse entre
él y su obra. ¿Qué quedaba entonces? ¿Los poetas coetáneos de Rubén?
El tiempo nos permite una perspectiva segura de María Villar Buceta,
de Ramón Rubiera, de Regino Pedroso, de Juan Marinello, de Rafael
Esténger, de Enrique Serpa, de Andrés Núñez Olano (este último tuvo
la valentía de decirme hace poco que había decidido dejar la poesía
porque imitar a Valéry a la perfección no bastaba).
Por fin Ballagas conoce en La Habana a los poetas llamados «de la
Revista de Avance». Entre ellos está la potencia enemiga, ese poeta del
cual todos esperaban todo, y del cual ya se hablaba, sotto-voce, en el
sentido de tener en muy breve tiempo a un gran poeta. Naturalmente,
Ballagas se hace amigo de Florit; por el momento es su discípulo y
rendido admirador en espera de salirle al frente y ver quién canta más
alto. En este punto hagamos un paréntesis. En arte quien no se arriesga
no cruza la mar. Es un lugar común, pero de vez en cuando conviene
echar mano a los lugares comunes. Y se lo aplico a Florit. El perfeccionó una forma (esto es positivo), pero no fue más allá. Se instaló en la
misma y, semejante a esos amanuenses que nos hacen encantadoras
figuras con una pelota de arcilla, la cual forman y deforman a voluntad, su expresión poética siguió siendo la misma de los comienzos. A
esto se llama regodeo, pero el alma pedía otra cosa. Aclaremos: no es
posible que la pedrería vaya por un lado y el alma por el otro. Florit se
hacía cada vez más lujoso, más estatuario, marmóreo y perfecto, pero
todo eso era en detrimento de unas furias que inútilmente pugnaban
dentro de él por dar los grandes gritos. Pasados treinta años, uno dice:
¿y dónde está el hombre en estos versos?, ¿por qué me suenan falsos?
Cierto que han alcanzado una rara perfección, no menos cierto que
la sensibilidad ha tocado aquí una de sus cuerdas mejores, pero, con
todo, no logro escuchar los gritos; han sido acolchados -acolchados