Virgilio Piñera al borde de la ficción (La Habana: Editorial UH / Letras Cubanas, 2015) | Page 44

186 « VIRGILIO PIÑERA AL BORDE DE LA FICCIÓN. COMPILACIÓN DE TEXTOS » no tengo necesidad de refrescar la memoria al lector. En suma, todo parecía anunciar que tendríamos un poeta más; nada sobresaliente, con «audacias verbales» procedentes de la firma Brull, con resabios del primer (y nunca segundo, tercero o cuarto) Florit y, claro está, con las hipóstasis obligadas de programa de los poetas franceses de ese momento y de antes de ese momento. Conviene aquí detenerse siquiera un instante en la poesía cubana que se hacía por ese entonces. ¿Qué teníamos de «activo» poético? En verdad, nada de que pasmarse: poetas discretos que estaban bien, que podían ser leídos sin tirar el libro, pero tan solo eso. Estoy tratando de limar asperezas, pero no queda más remedio que decirlo de una vez: no contábamos, desde la desaparición de Casal, con ningún otro pequeño gran poeta. Sin duda, estaba Rubén Martínez Villena -caso mayor en nuestra poesía-, pero la maldita tisis iba a interponerse entre él y su obra. ¿Qué quedaba entonces? ¿Los poetas coetáneos de Rubén? El tiempo nos permite una perspectiva segura de María Villar Buceta, de Ramón Rubiera, de Regino Pedroso, de Juan Marinello, de Rafael Esténger, de Enrique Serpa, de Andrés Núñez Olano (este último tuvo la valentía de decirme hace poco que había decidido dejar la poesía porque imitar a Valéry a la perfección no bastaba). Por fin Ballagas conoce en La Habana a los poetas llamados «de la Revista de Avance». Entre ellos está la potencia enemiga, ese poeta del cual todos esperaban todo, y del cual ya se hablaba, sotto-voce, en el sentido de tener en muy breve tiempo a un gran poeta. Naturalmente, Ballagas se hace amigo de Florit; por el momento es su discípulo y rendido admirador en espera de salirle al frente y ver quién canta más alto. En este punto hagamos un paréntesis. En arte quien no se arriesga no cruza la mar. Es un lugar común, pero de vez en cuando conviene echar mano a los lugares comunes. Y se lo aplico a Florit. El perfeccionó una forma (esto es positivo), pero no fue más allá. Se instaló en la misma y, semejante a esos amanuenses que nos hacen encantadoras figuras con una pelota de arcilla, la cual forman y deforman a voluntad, su expresión poética siguió siendo la misma de los comienzos. A esto se llama regodeo, pero el alma pedía otra cosa. Aclaremos: no es posible que la pedrería vaya por un lado y el alma por el otro. Florit se hacía cada vez más lujoso, más estatuario, marmóreo y perfecto, pero todo eso era en detrimento de unas furias que inútilmente pugnaban dentro de él por dar los grandes gritos. Pasados treinta años, uno dice: ¿y dónde está el hombre en estos versos?, ¿por qué me suenan falsos? Cierto que han alcanzado una rara perfección, no menos cierto que la sensibilidad ha tocado aquí una de sus cuerdas mejores, pero, con todo, no logro escuchar los gritos; han sido acolchados -acolchados