VIDAMÉDICA /VOCACIÓN PÚBLICA
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Dra. Patricia Vásquez:
“HEMOS FALLADO EN LA
MANERA DE ABORDAR A
LOS JÓVENES EN VIH”
Lleva 35 años en el servicio público, durante los cuales ha sido testigo y parte del cambio que ha vivido el tratamiento
de esta enfermedad en Chile. La profesional se desempeña como jefa de la Unidad de Medicina del Hospital San
Juan de Dios, recinto que conoce desde su infancia cuando acompañaba a su padre a hacer las visitas de pacientes
los fines de semana; el mismo donde se formó y al que define de manera tajante: “es mi casa y mi familia”.
Por: Patricio Cofré A.
R
ecuerda con nostalgia los días en los que junto a su
padre visitaban el Hospital San Juan de Dios y luego
recorrían la Quinta Normal. En los pasillos del histó-
rico recinto de Huérfanos con Matucana, la Doctora Patricia
Vásquez vivió sus primeros acercamientos con la medicina
cuando apenas era una escolar y, más tarde, ese mismo centro
asistencial se transformó en el lugar donde se formó como mé-
dica, una influencia que venía en su sangre: su fallecido padre
y su madre han sido destacados doctores del sistema público.
“Este lugar está en mi ADN, es mi casa, me siento en familia”,
dice.
Hace 25 años, su vocación la llevó a buscar trabajo en ese
recinto que tanto conocía. Fue directamente a hablar con las
autoridades de la época para ver la opción de encontrar un es-
pacio allí, pero luego de una breve conversación, le dijeron que
no existían cupos. “Estaba triste, esperando micro, cuando veo
corriendo a un auxiliar del hospital que venía a decirme que el
doctor a cargo recordó que había renunciado el encargado de
VIH y como yo tenía algunos cursos y experiencia con pacien-
tes en el banco de sangre de El Salvador, me pidió que tomara
ese lugar”, rememora.
Después de un cuarto de siglo, hoy es la jefa de la Unidad de
Medicina del establecimiento, pero su carrera ha destacado,
además, por su labor en materia de VIH. Formó a mediados
de los 90 el equipo de infectología que da tratamiento a los
pacientes que tienen este virus. “Cuando estudié no pasamos
esta patología, porque recién existían los primeros reportes.
No se hablaba de VIH, se hablaba de la enfermedad gay, la
enfermedad rosa, por lo tanto, ha sido un privilegio ser parte
del desarrollo de los avances de los tratamientos para esta en-
fermedad”, cuenta.
Hace 25 años era un síndrome que tenía muchos mitos y pocas
herramientas, ¿cómo fue trabajar con el VIH en esa época?
En el Hospital El Salvador tuve contactos con los primeros
donantes de sangre que vivían con VIH. No había práctica-
mente nada, dónde derivarlos ni quién los atendiera. Ya en el
San Juan de Dios, tampoco teníamos terapia, iniciamos las
primeras y se fueron agregando otras, pero solo para algunos
pacientes. Teníamos que ver a quienes se las dábamos. Era una
angustia y un desafío enorme.
Era una enfermedad con un gran estigma, ¿cómo se reflejaba
eso?
Era muerte, desolación y homosexualismo. Esa era la triada de
cómo era visto por la gente. Cuando partimos, no solo discrimi-
naban a los pacientes, nos discriminaban a nosotros. Incluso,
me pidieron que buscara otro lugar para atender. Estábamos
en el área broncopulmonar, porque el doctor a cargo tenía
esa especialidad, pero como se había ido, me pidieron que
no siguiera ahí. Nadie quería recibirlos en sus dependencias.
Finalmente, me acogieron en el policlínico de Medicina. El es-
tigma llegaba a cosas que son insólitas a estas alturas. Muchas
veces se acercaban médicos a conversar y te decían “mejor no
sigamos hablando porque van a pensar que tengo Sida” o se
excusaban “no te puedo ofrecer un café porque vienes de aten-
der a tus pacientes”. Costó, fue un trabajo largo, penoso, hasta
poder lograr, hospital por hospital, incorporarlos al sistema.
Al inicio era casi acompañar a la muerte, ahora es completa-
mente diferente…
Al principio los pacientes ni siquiera se hospitalizaban porque