32 } VIDAMÉDICA / PERFIL
Tras 56 años de carrera hospitalaria
EL RETIRO DEL
DR. ALIRO BOLADOS
La decisión de dejar los pabellones, las consultas y a sus queridos pacientes no fue fácil. Por eso, tampoco es un
alejamiento definitivo de la medicina. Ahora seguirá dedicado a lo que le apasiona desde las aulas de la Universidad
de Antofagasta, formando nuevas generaciones.
Por Daniela Zúñiga
S
us cercanos, describen al doctor Aliro Bolados Castillo
como un apasionado por su profesión, animoso y es-
forzado. Dicen que luego de 56 años al servicio de la
salud pública, no fue fácil tomar la decisión. Su espo-
sa, Flor Venegas, cuenta que “él nunca pensó que iba a jubilar.
Yo lo fui preparando, pero le costó mucho. Debió haberlo he-
cho muchos años atrás, pero lo hizo con 78 años, porque ama
su profesión. Va a echar mucho de menos el hospital”.
Su hijo, Aliro Bolados Venegas, agrega que “la reinvención es
importante para él. Dejar su vida clínica como la llevaba hasta
ahora, es potente, pero va a seguir ligado a la universidad y al
Colegio Médico. Quizás ahora mi mamá le enseñe a pintar y
se haga famoso”. Y explica que lo que se hereda, no se hurta:
“Mi abuela, la mamá de mi papá, trabajó más de 50 años en la
Escuela N° 2. Mi padre siguió exactamente el mismo modelo
de entrega, de trabajo. Él pudo haber dicho hace mucho rato
‘está bueno’, pero esto es lo que lo hace vibrar, sentirse pleno.
Eso es un ejemplo”.
El doctor Aliro Bolados Castillo nació en Antofagasta en 1939
y estudió en el Colegio San Luis, de los jesuitas, donde dice
que surgió su vocación de servicio público, que se ha manifes-
tado tanto en su rol como médico como de dirigente gremial.
“Allí te inculcan el concepto de liderazgo, de dedicación hacia
el resto de las personas y eso hace que uno tenga ciertos atri-
butos y formación para ciertas tareas”, reconoce.
En 1957, ingresó a Medicina en la Universidad de Concepción,
pero estuvo a punto de abortar la misión por el gran contraste
entre su cálida ciudad natal y el clima del sur. A modo de anéc-
dota, recuerda que “estaba caminando por Concepción en mi
primer día de clases y hacía un frío terrible, tanto que se me
empezaron a dormir las piernas. No aguanté y me volví para
Santiago, con ganas de irme a Antofagasta. Llamé a mi mamá
para contarle y me pegó una retada tal, que al día siguiente
estaba de vuelta en clases”.
Una vez que se recibió, trabajó tres meses en el Hospital de
Lota y luego fue destinado como Médico General de Zona al