VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 88
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apresuradamente escaleras arriba, a la parte superior de la isla, y desaparecían luego.
Supuse inmediatamente que iban a recibir órdenes de alguna persona con autoridad para
proceder en el caso.
Aumentó el número de gente, y en menos de media hora la isla se movió y elevó, de
modo que la galería más baja quedaba paralela a la altura en que me encontraba yo, y a
menos de cien yardas de distancia. Adopté entonces las actitudes más suplicantes y hablé
con los más humildes acentos, pero no obtuve respuesta. Quienes estaban más próximos,
frente por frente conmigo, parecían personas de distinción, a juzgar por sus trajes.
Conferenciaban gravemente unos con otros, mirándome con frecuencia. Por fin, uno de
ellos me gritó en un dialecto claro, agradable, suave, no muy diferente en sonido del
italiano; de consiguiente, yo contesté en este idioma, esperando, al menos que la cadencia
seria más grata a los oídos de quien se me dirigía. Aunque no nos entendimos, el
significado de mis palabras podía comprenderse fácilmente, pues la gente veía el apuro en
que me encontraba.
Me hicieron seña de que descendiese de la roca y avanzase a la playa, como lo hice; fue
colocada a conveniente altura la isla volante, cuyo borde quedó sobre mí; soltaron desde la
galería más baja una cadena con un asiento atado al extremo, en el cual me sujeté, y me
subieron por medio de poleas.
Capítulo 2
Descripción del genio y condición de los laputianos. Referencias de su cultura. -Del rey y
de su corte. -El recibimiento del autor en ella. -Motivo de los temores e inquietudes de los
habitantes. -Referencias acerca de las mujeres.
Al llegar arriba me rodeó muchedumbre de gentes; pero las que estaban más cerca
parecían de más calidad. Me consideraban con todas las muestras y expresiones a que el
asombro puede dar curso, y yo no debía de irles mucho en zaga, pues nunca hasta entonces
había visto una raza de mortales de semejantes figuras, trajes y continentes. Tenían
inclinada la cabeza, ya al lado derecho, ya al izquierdo; con un ojo miraban hacia adentro, y
con el otro, directamente al cenit. Sus ropajes exteriores estaban adornados con figuras de
soles, lunas y estrellas, mezcladas con otras de violines, flautas, arpas, trompetas, guitarras,
claves y muchos más instrumentos de música desconocidos en Europa. Distinguí,
repartidos entre la multitud, a muchos, vestidos de criados, que llevaban en la mano una
vejiga hinchada y atada, como especie de un mayal, a un bastoncillo corto. Dentro de estas
vejigas había unos cuantos guisantes secos o unas piedrecillas, según me dijeron más tarde.
Con ellas mosqueaban de vez en cuando la boca y las orejas de quienes estaban más
próximos, práctica cuyo alcance no pude por entonces comprender. A lo que parece, las
gentes aquellas tienen el entendimiento de tal modo enfrascado en profundas
especulaciones, que no pueden hablar ni escuchar los discursos ajenos si no se les hace
volver sobre sí con algún contacto externo sobre los órganos del habla y del oído. Por esta
razón, las personas que pueden costearlo tienen siempre al servicio de la familia un criado,
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