VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 78

72 gabinete de doce pies de anchura. Yo había mandado que me colgaran una hamaca con cuerdas de seda sujetas a los cuatro ángulos superiores a fin de amortiguar los vaivenes cuando un criado me llevaba delante de él en el caballo, como muchas veces solicité, y con frecuencia dormía en ella cuando estábamos en camino. En el techo de mi gabinete, justamente sobre el centro de la hamaca, abrió el carpintero por encargo mío un agujerito de un pie cuadrado para que me entrara aire en tiempo caluroso mientras dormía, agujero que yo cerraba y abría a voluntad con un tablero que se deslizaba por una muesca. Cuando llegamos al término de nuestro viaje, el rey encontró de su gusto pasar unos días en un palacio que tenía cerca de Flanfasnic, ciudad enclavada a unas dieciocho millas inglesas del mar. Glumdalclitch y yo estábamos muy fatigados. Yo me había enfriado un poco, y en cuanto a la pobre niña, estaba tan delicada, que no salía de su habitación. Yo ansiaba ver el océano, que había de ser el único escenario de mi escapatoria, si era que alguna vez llegaba. Fingía yo estar más enfermo de lo que estaba realmente y pedí licencia para tomar el aire fresco del mar con un paje a quien yo apreciaba mucho y a quien algunas veces me habían confiado. Nunca olvidaré con qué mala gana consintió Glumdalclitch, ni el severo encargo que hizo al paje para que tuviese cuidado conmigo, al mismo tiempo que se deshacía en lágrimas, como si tuviese algún presentimiento de lo que había de ocurrir. El joven me llevó en mi caja durante una media hora de camino desde el palacio hacia las rocas de la costa. Le ordené que me pusiera en el suelo, y levantando una de las vidrieras miré melancólica y atentamente hacia el mar. No me encontraba bueno del todo y dije al paje que iba a echar en la hamaca una siesta, que esperaba que me hiciese bien. Entré y el muchacho cerró la ventana para preservarme del frío. Me dormí pronto, y todo lo que puedo deducir es que mientras yo dormía, el paje, pensando que nada podría ocurrirme, iría a buscar entre las rocas huevos de pájaros, pues antes le había visto desde la ventana coger uno o dos de las hendeduras. Sea lo que fuere, me despertó de pronto un violento tirón del anillo que tenía la caja en la parte superior para facilitar el transporte. Sentí mi caja levantada por los aires a gran altura y luego llevada hacia adelante con velocidad prodigiosa. La primera sacudida casi me lanzó de la hamaca; pero luego el movimiento se hizo bastante suave. Grité varias veces tan alto como pude, pero no me sirvió de nada. Miré hacia las ventanas y no vi sino nubes y cielo. Oía sobre mi cabeza un ruido como de batir de alas, y entonces empecé a darme cuenta de la espantosa situación en que me veía: alguna águila había cogido sin duda en el pico mi caja por la anilla con la intención de dejarla caer sobre una peña, como una tortuga dentro de su concha, y sacar luego mi cuerpo y devorarlo. Sabido es que la sagacidad y el olfato de esta ave le permiten descubrir su presa a gran distancia y aunque esté más escondida que pudiera yo estar bajo una tabla de dos pulgadas, A poco advertí que el ruido y el aleteo aumentaban rápidamente, al tiempo que mi caja era agitada de arriba abajo como poste de señales en un día de viento. Oí como si diesen de puñadas al águila -pues estoy cierto de que tal debía de ser la que llevaba mi caja en el pico cogida por la anilla-, y de pronto me sentí caer perpendicularmente por espaco de un minuto y con tan increíble celeridad, que casi me faltó el aliento. Mi caída terminó en un choque terrible contra un cuerpo blando, que sonó en mis oídos más fuerte que las cataratas del Niágara; después quedé durante otro minuto en obscuridad completa, y luego mi caja empezó a subir hasta una altura que me permitía ver la luz por la parte superior de las ventanas. Me di cuenta entonces de que había caído en el mar. La caja, por el peso de mi 78