VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 62

56 inglesas- y dos y media a lo ancho, según medí yo mismo sobre el mapa real hecho por orden del rey, y que, para mi servicio, fue extendido en el suelo, que cubría en un centenar de pies; anduve varias veces descalzo el diámetro y la circunferencia, y haciendo el debido cómputo por medio de la escala lo medí con bastante exactitud. El palacio del rey no es un edificio regular, sino un conjunto de edificaciones que abarcan unas siete millas en redondo. Las habitaciones principales tienen, por regla general, doscientos cincuenta pies de alto, y anchura y longitud proporcionadas. Se nos asignó un coche a Glumdalclitch y a mí, en el cual su aya la sacaba frecuentemente a ver la población o recorrer los comercios, y yo siempre era de la partida, metido en mi caja, aunque la niña, a petición mía, me sacaba a menudo y me tenía en la mano, para que pudiese mirar mejor las casas y la gente cuando íbamos por las calles. Calculé que nuestro coche sería como una nave de Westminster Hall, pero algo menos alto, aunque no respondo de que el cálculo sea muy puntual. Un día, el aya mandó al cochero que se detuviese frente a varios comercios, donde los mendigos, que acechaban la oportunidad, se agolparon a los lados del coche y presentaron ante mí el espectáculo más horrible que se haya ofrecido a ojos europeos. Además de la caja grande en que me llevaban corrientemente, la reina encargó que se me hiciese otra más pequeña, de unos doce pies en cuadro y diez de altura, para mayor comodidad en los viajes, pues la otra resultaba algo grande para el regazo de Glumdalclitch y embarazosa en el coche. La hizo el mismo artista, a quien yo dirigí en todo el proyecto. Este gabinete de viaje era un cuadrado perfecto, con una ventana en medio de cada uno de tres de los lados, y las ventanas enrejadas con alambre por fuera, a fin de evitar accidentes en los viajes largos. En el lado que no tenía ventana se fijaron dos fuertes colgaderos, por los cuales la persona que me llevaba, cuando me ocurría ir a caballo, pasaba un cinturón de cuero, que luego se ceñía. Éste era siempre menester encomendado a algún criado juicioso y fiel en quien se pudiese confiar, tanto que yo acompañase al rey y a la reina en sus excursiones, como que fuese a ver los jardines o a visitar a alguna dama principal o algún ministro, si acaso Glumdalclitch no se encontraba bien; pues advierto que muy pronto empecé a ser conocido y estimado de los más altos funcionarios, supongo que más por razón del favor que me dispensaban Sus Majestades que por mérito propio alguno. En los viajes, cuando me cansaba del coche, un criado a caballo sujetaba mi caja a la cintura y la descansaba en un cojín delante de él, y desde allí gozaba yo una amplia perspectiva del terreno por los tres lados que tenía ventana. Llevaba en este cuartito una cama de campaña y una hamaca pendiente del techo, y dos sillas y una mesa fuertemente atornilladas al suelo, para impedir que las sacudiese el movimiento del caballo o del coche. Y como estaba de tiempo acostumbrado a las travesías, esta agitación, aunque muy violenta a veces, no me descomponía gran cosa. Siempre que sentía deseo de ver la población, me llevaba en mi cuarto de viaje, puesto en su regazo, Glumdalclitch, quien iba en una especie de silla de mano descubierta, al uso del país, transportada por cuatro hombres y asistida por otros dos con la librea de la reina. La gente, que con frecuencia oía hablar de mí, se agolpaba curiosa en torno de la silla, y la niña era lo bastante complaciente para detener a los portadores y tomarme en la mano a fin de que se me pudiera ver con más comodidad. 62