VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 46
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cazamos las brazas de sotavento, halamos de las bolinas y las amarramos; se amuró la
mesana y gobernamos a buen viaje en cuanto nos fue posible.
Durante esta tempestad, a la que siguió un fuerte vendaval Oeste, fuimos arrastrados,
según mi cálculo, a unas quinientas leguas al Este; así, que el marinero más viejo de los que
estaban a bordo no podía decir en qué parte del mundo nos hallábamos. Teníamos aún
bastantes provisiones, nuestro barco estaba sano de quilla y costados y toda la tripulación
gozaba de buena salud; pero sufríamos la más terrible escasez de agua. Creímos mejor
seguir el mismo rumbo que no virar más hacia el Norte, pues esto podría habernos llevado a
las regiones noroeste de la Gran Tartaria y a los mares helados.
El 16 de junio de 1703 un grumete descubrió tierra desde el mastelero. El 17 dimos vista
de lleno a una gran isla o continente -que no sabíamos cuál de ambas cosas fuera-, en cuya
parte sur había una pequeña lengua detierra que avanzaba en el mar y una ensenada sin
fondo bastante para que entrase un barco de más de cien toneladas. Echamos el ancla a una
legua de esta ensenada, y nuestro capitán mandó en una lancha a una docena de hombres
bien armados con vasijas para agua, por si pudieran encontrar alguna. Le pedí licencia para
ir con ellos, a fin de ver el país y hacer algún descubrimiento a serme posible. Al llegar a
tierra no hallamos río ni manantial alguno, así como tampoco señal de habitantes. En vista
de ello, nuestros hombres recorrieron la playa en varios sentidos para ver si encontraban
algo de agua dulce cerca del mar, y yo anduve solo sobre una milla por el otro lado, donde
encontré el suelo desnudo y rocoso. Empecé a sentirme cansado, y no divisando nada que
despertase mi curiosidad, emprendí despacio el regreso a la ensenada; como tenía a la vista
el mar, pude advertir que nuestros hombres habían reembarcado en el bote y remaban
desesperadamente hacia el barco. Ya iba a gritarles, aunque de nada hubiera servido,
cuando observé que iba tras ellos por el mar una criatura enorme corriendo con todas sus
fuerzas. Vadeaba con agua poco más que a la rodilla y daba zancadas prodigiosas; pero
nuestros hombres le habían tomado media legua de delantera, y como el mar por aquellos
contornos estaba lleno de rocas puntiagudas, el monstruo no pudo alcanzar el bote. Esto me
lo dijeron más tarde, porque yo no osé quedarme allí para ver el desenlace de la aventura;
antes al contrario, tomé a todo correr otra vez el camino que antes había llevado y trepé a
un escarpado cerro desde donde se descubría alguna perspectiva del terreno. Estaba
completamente cultivado; pero lo que primero me sorprendió fue la altura de la hierba, que
en los campos que parecían destinarse para heno alcanzaba unos veinte pies de altura.
Fuí a dar en una carretera, que por tal la tuve yo, aunque a los habitantes les servía sólo
de vereda a través de un campo de cebada. Anduve por ella algún tiempo sin ver gran cosa
por los lados, pues la cosecha estaba próxima y la mies levantaba cerca de cuarenta pies.
Me costó una hora llegar al final de este campo, que estaba cercado con un seto de lo
menos ciento veinte pies de alto; y los árboles eran tan elevados, que no pude siquiera
calcular su altura. Había en la cerca para pasar de este campo al inmediato una puerta con
cuatro escalones para salvar el desnivel y una piedra que había que trasponer cuando se
llegaba al último. Me fue imposible trepar esta gradería, porque cada escalón era de seis
pies de alto, y la piedra última, de más de veinte. Andaba yo buscando por el cercado algún
boquete, cuando descubrí en el campo inmediato, avanzando hacia la puerta, a uno de los
habitantes, de igual tamaño que el que había visto en el mar persiguiendo nuestro bote.
Parecía tan alto como un campanario de mediana altura y avanzaba de cada zancada unas
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