VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 16
10
En tanto, el emperador celebraba frecuentes consejos para discutir qué partido había de
tomarse conmigo, y después me aseguró un amigo particular -persona de gran calidad que
estaba, según fama, tanto como el que más, en los secretos de Estado- que la corte tenía
numerosas preocupaciones respecto de mí. Temían que me libertase, que mi dieta,
demasiado costosa, fuera causa de carestías. Algunas veces determinaron matarme de
hambre, o, por lo menos, dispararme a la cara y a las manos flechas envenenadas que me
despacharían pronto; pero luego consideraban que el hedor de un tan gran cuerpo muerto
podía desatar una peste en la metrópoli y probablemente extenderla a todo el reino. En
medio de estas consultas, varios oficiales del ejército llegaron a la puerta de la gran Cámara
del Consejo, y dos de ellos, que fueron admitidos, dieron cuenta de mi conducta con los
seis criminales antes mencionados, conducta que produjo impresión tan favorable para mí
en el corazón de Su Majestad y en el de toda la Junta, que se despachó una comisión
imperial para obligar a todos los pueblos situados dentro de un radio de novecientas yardas
en torno de la ciudad a entregar todas las mañanas seis bueyes, cuarenta carneros y otras
vituallas para mi manutención, junto con una cantidad proporcionada de pan, de vino y de
otros licores. En pago de todo ello, Su Majestad entregaba asignados contra su tesoro;
porque sépase que este príncipe vive especialmente de su fortuna personal y sólo rara vez,
en grandes ocasiones, levanta subsidios entre sus vasallos, que están obligados a auxiliarle
en las guerras a expensas de sí propios. Se dictó también un estatuto para que se pusieran a
mi servicio seiscientas personas, que disfrutaban dietas para su mantenimiento y pabellones
convenientemente edificados para ellas a ambos lados de mi puerta. Asimismo se ordenó
que trescientos sastres me hiciesen un traje a la moda del país; que seis de los más
eminentes sabios de Su Majestad me instruyesen en su lengua, y, por último, que a los
caballos del emperador y a los de la nobleza y tropas de guardia se los llevase a menudo a
verme para que se acostumbrasen a mí. Todas estas disposiciones fueron debidamente
cumplidas, y en tres semanas hice grandes progresos en el estudio del idioma, tiempo
durante el cual el emperador me honraba frecuentemente con sus visitas y se dignaba
auxiliar a mis maestros en la enseñanza. Ya empezamos a conversar en cierto modo, y las
primeras palabras que aprendí fueron para expresar mi deseo de que se sirviese concederme
la libertad, lo que todos los días repetía puesto de rodillas. Su respuesta, por lo que pude
comprender, era que el tiempo lo traería todo, que no podía pensar en tal cosa sin asistencia
de su Consejo, y que antes debía yo Lumos Kelmin peffo defmar lon Emposo: esto es, jurar
la paz con él y con su reino. No obstante, yo sería tratado con toda amabilidad; y me
aconsejaba conquistar, con mi paciencia y mi conducta comedida, el buen concepto de él y
de sus súbditos. Me pidió que no tomase a mal que diese orden a ciertos correctos
funcionarios de que me registrasen, porque suponía él que llevaría yo conmigo varias armas
que por fuerza habían de ser cosas peligrosísimas si correspondían a la corpulencia de
persona tan prodigiosa. Dije que Su Majestad sería satisfecho, porque estaba dispuesto a
desnudarme y a volver las faltriqueras delante de él. Esto lo manifesté, parte de palabra,
parte por señas. Replicó él que, de acuerdo con las leyes del reino, debían registrarme dos
funcionarios; y aunque él sabia que esto no podría hacerse sin mi consentimiento y ayuda,
tenía tan buena opinión de mi generosidad y de mi justicia que confiaba en mis manos las
personas de sus funcionarios añadiendo que cualquier cosa que me fuese tomada me sería
devuelta cuando saliera del país o pagada al precio que yo quisiera ponerle. Tomé a los
funcionarios en mis manos y los puse primeramente en los bolsillos de la casaca y luego en
todos los demás que el traje llevaba, excepto los dos de la pretina y un bolsillo secreto que
no quise que me registrasen y en que guardaba yo alguna cosilla de mi uso que a nadie
16