VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 144
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Añadió que nuestra institución de gobierno y de ley obedecía, sencillamente, a los
grandes defectos de nuestra razón y, por consiguiente, de nuestra virtud, ya que la razón por
sí sola es suficiente para dirigir un ser racional. Entendía, sin embargo, que ésta era una
característica que no teníamos la pretensión de atribuirnos, como se desprendía incluso de
la pintura que yo había hecho de mi pueblo, aunque percibía manifiestamente que para
favorecer a mis compatriotas había ocultado muchos detalles y dicho muchas veces la cosa
que no era.
Tanto más se confirmaba en esta opinión cuanto que observaba que, así como mi cuerpo
se correspondía en todas sus partes con el de los otros yahoos, salvo aquello que iba en
notoria desventaja mía, cual lo relativo a fuerza, rapidez, actividad, cortedad de mis garras
y algún otro punto en que la Naturaleza no tenía parte, del mismo modo descubría en la
descripción que yo le había hecho de nuestra vida, nuestras costumbres y nuestros actos una
muy estrecha semejanza en la disposición de nuestros entendimientos. Díjome que era
sabido que los yahoos se odiaban entre sí mucho más que a especie diferente ninguna; y se
daba ordinariamente como razón para esto lo abominable de su figura, que cada cual podía
apreciar en los demás, pero no en sí mismo. Empezaba a pensar que no procedíamos
torpemente al cubrirnos el cuerpo y, con este arbitrio, ocultarnos unos a otros muchas de
nuestras fealdades, que de otro modo difícilmente podríamos soportar. Pero ya reconocía
que había andado equivocado y que las disensiones que se veían en su país entre esta clase
de animales se debían a la misma causa que las nuestras, según yo se las había referido.
«Pues -dijo- si se echa entre cinco yahoos comida que bastaría para cincuenta, en vez de
comerla pacíficamente, se engancharán de las orejas y rodarán por los suelos, ansioso cada
uno de quedarse con todo para él solo.» Por tanto, solía ponerse a un criado cerca cuando
comían en el campo, y los que se tenían en casa estaban atados a cierta distancia unos de
otros. Tanto era así, que si moría una vaca de vieja o por accidente, y no iba en seguida un
houyhnhnm a guardarla para sus propios yahoos, acudían todos los del vecindario en
manada a apoderarse de ella y libraban batallas como las descritas por mí, de que resultaban
con terribles heridas en los costados, abiertas con las garras, aunque rara vez llegaran a
matarse, por falta de instrumentos de muerte análogos a los que habíamos inventado
nosotros. En otras ocasiones se habían reñido análogas batallas entre los yahoos de
vecindarios distintos sin causa alguna aparente. Los de una región acechaban la
oportunidad de sorprender a los de la inmediata sin que pudieran apercibirse; pero si el
proyecto les fracasaba, se volvían a sus casas, y, a falta de enemigos, ellos mismos se
empeñaban en lo que yo llamaba una guerra civil.
Añadió que en ciertos campos de su país había unas piedras brillantes de varios colores
que gustaban a los yahoos con pasión; y cuando piedras de éstas, en cierta cantidad, como
acontecía a menudo, estaban adheridas a la tierra, cavaban los yahoos con las garras días
enteros hasta lograr sacarlas, y luego se las llevaban y las ocultaban en sus covachas,
formando montón; todo ello mirando con grandes precauciones para impedir que los
compañeros descubriesen el tesoro. Dijo mi amo que nunca había podido comprender la
razón de este apetito, contrario a las leyes naturales, ni para qué podrían servir a un yahoo
aquellas piedras; pero ahora suponía que se derivaba del mismo principio de avaricia que
yo había atribuido a la Humanidad. Contóme que una vez, como experimento, había
quitado secretamente un montón de estas piedras del lugar en que lo había enterrado uno de
los yahoos. El sórdido animal, al echar de menos su tesoro, había atraído a toda la manada
al lugar donde él aullaba tristemente, y después se había precipitado a morder y arañar a los
demás. Empezó a languidecer, y no quiso comer, dormir, ni trabajar hasta que él mandó a
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