VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 132
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supliqué que se abstuviera de aplicarme aquella palabra y diese la misma orden a su familia
y a los amigos a quienes permitía visitarme. Igualmente le encarecí qué guardase para sí y
no comunicase a nadie más el secreto de llevar yo tapado el cuerpo con una cubierta
postiza, al menos mientras me durasen las ropas que tenía; pues en cuanto al potro alazán,
su ayuda de cámara, podía su señoría ordenarle que no descubriera lo que había visto.
Mi amo consintió en todo muy graciosamente, y así el secreto se mantuvo hasta que
comenzaron a inutilizarse mis ropas, las cuales hube de substituir con invenciones diversas
de que más tarde hablaré. Mientras esto sucedía, mi amo me excitaba a que siguiera
aprendiendo el idioma a toda prisa, pues estaba más asombrado de ver mi capacidad para el
habla y el razonamiento que no la figura de mi cuerpo, estuviese cubierto o no, añadiendo
que esperaba con bastante impaciencia oír las maravillas que le había ofrecido contarle.
En adelante duplicó el trabajo que se tomaba para instruirme; me hacía estar presente en
todas las reuniones, y exigía que los reunidos me tratasen con amabilidad; pues, según les
dijo privadamente, eso me pondría de buen humor y me haría aún más divertido.
Todos los días, cuando yo le visitaba, además de las molestias que se tomaba para
enseñarme, me hacía varias preguntas referentes a mi persona, a las cuales contestaba yo lo
mejor que sabía, y gracias a esto tenía ya algunas ideas generales, aunque muy imperfectas.
Sería cansado exponer por qué pasos llegué a mantener una conversación más regular;
baste saber que la primera referencia de mí que pude dar con algún orden y extensión vino
a ser como sigue:
Dije que había llegado de un muy lejano país, como ya había intentado decirle, con unos
cincuenta de mi misma especie; que viajábamos sobre los mares en un gran cacharro hueco
hecho de madera y mayor que la casa de su señoría; y aquí le describí el barco en los
términos más precisos que pude, y le expliqué, ayudándome con el pañuelo extendido,
cómo el viento le hacía andar. Continué que, a consecuencia de una riña que habíamos
tenido, me desembarcaron en aquella costa, por donde avancé, sin saber hacia dónde, hasta
que él vino a librarme de la persecución de aquellos execrables yahoos. Me preguntó quién
había hecho el barco y como era posible que los houyhnhnms de mi país encomendaran su
manejo a animales. Mi respuesta fue que no me aventuraría a seguir adelante en mi relación
si antes no me daba palabra de honor de que no se ofendería, y en este caso le contaría las
maravillas que tantas veces le había prometido. Consintió, y yo continué, asegurándole que
el barco lo habían hecho seres como yo, los cuales, en todos los países que había recorrido,
eran los únicos animales racionales y dominadores, y que al llegar a la tierra en que nos
hallábamos me había asombrado tanto que los houyhnhnms se condujesen como seres
racionales cuanto podría haberles asombrado a él y a sus amigos descubrir señales de razón
en una criatura que ellos tenían a bien llamar un yahoo; animal éste al que me reconocía
parecido en todas mis partes, pero de cuya naturaleza degenerada y brutal no sabía hallar
explicación. Añadí que si la buena fortuna era servida de restituirme alguna vez a mi país
natal, y en él relatar mis viajes, como tenía resuelto hacer, todo el mundo creería que decía
la cosa que no era, que me sacaba del magín la historia; pues, con todos los respetos para él,
su familia y sus amigos, y bajo la promesa de que no se ofendería, en nuestra nación
difícilmente creería nadie en la existencia de un país donde el houyhnhnm fuera el ser
superior y el yahoo la bestia.
Capítulo 4
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