VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 104
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embajadores estarían en condiciones de tratar con príncipes o ministros de Estado
extranjeros para quienes su lengua fuese por completo desconocida.
Estuve en la escuela de matemáticas, donde el maestro enseñaba a los discípulos por un
método que nunca hubiéramos imaginado en Europa. Se escribían la proposición y la
demostración en una oblea delgada, con tinta compuesta de un colorante cefálico. El
estudiante tenía que tragarse esto en ayunas y no tomar durante los tres días siguientes más
que pan y agua. Cuando se digería la oblea, el colorante subía al cerebro llevando la
proposición. Pero el éxito no ha respondido aún a lo que se esperaba; en parte, por algún
error en la composición o en la dosis, y en parte, por la perversidad de los muchachos a
quienes resultan de tal modo nauseabundas aquellas bolitas, que generalmente las disimulan
en la boca y las disparan a lo alto antes de que puedan operar. Y tampoco ha podido
persuadírseles hasta ahora de que practiquen la larga abstinencia que requiere la
prescripción.
Capítulo 6
Siguen las referencias sobre la Academia. -El autor propone algunas mejoras, que son
recibidas con todo honor.
En la escuela de arbitristas políticos pasé mal rato. Los profesores parecían, a mi juicio,
haber perdido el suyo; era una escena que me pone triste siempre que la recuerdo. Aquellas
pobres gentes presentaban planes para persuadir a los monarcas de que escogieran los
favoritos en razón de su sabiduría, capacidad y virtud; enseñaran a los ministros a consultar
el bien común; recompensaran el mérito, las grandes aptitudes y los servicios eminentes;
instruyeran a los príncipes en el conocimiento de que su verdadero interés es aquel que se
asienta sobre los mismos cimientos que el de su pueblo; escogieran para los empleos a las
personas capacitadas para desempeñarlos; con otras extrañas imposibles quimeras que
nunca pasaron por cabeza humana, y confirmaron mi vieja observación de que no hay cosa
tan irracional y extravagante que no haya sido sostenida como verdad alguna vez por un
filósofo.
Pero, no obstante, he de hacer a aquella parte de la Academia la justicia de reconocer
que no todos eran tan visionarios. Había un ingeniosísimo doctor que parecía perfectamente
versado en la naturaleza y el arte del gobierno. Este ilustre personaje había dedicado sus
estudios con gran provecho a descubrir remedios eficaces para todas las enfermedades y
corrupciones a que están sujetas las varias índoles de administración pública por los vicios
y flaquezas de quienes gobiernan, así como por las licencias de quienes deben obedecer.
Por ejemplo: puesto que todos los escritores y pensadores han convenido en que hay una
estrecha y universal semejanza entre el cuerpo natural y el político, nada puede haber más
evidente que la necesidad de preservar la salud de ambos y curar sus enfermedades con las
mismas recetas. Es sabido que los senados y grandes consejos se ven con frecuencia
molestados por humores redundantes, hirvientes y viciados; por numerosas enfermedades
de la cabeza y más del corazón; por fuertes convulsiones y por graves contracciones de los
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