VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 100
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instado por muchos de sus amigos, se allanó a la propuesta; y después de emplear cien
hombres durante dos años, la obra se había frustrado y los arbitristas se habían ido, dejando
toda la vergüenza sobre él, que tenía que aguantar las burlas desde entonces, a hacer con
otros el mismo experimento, con iguales promesas de triunfo y con igual desengaño.
A los pocos días volvimos a la ciudad, y Su Excelencia, teniendo en cuenta la mala fama
que en la Academia tenía, no quiso ir conmigo, pero me recomendó a un amigo suyo para
que me acompañase en la visita. Mi buen señor se dignó presentarme como gran admirador
de proyectos y persona de mucha curiosidad y fácil a la creencia, para lo que, en verdad, no
le faltaba del todo razón, pues yo había sido también algo arbitrista en mis días de juventud.
Capítulo 5
Se permite al autor visitar la Gran Academia de Lagado. -Extensa descripción de la
Academia. -Las artes a que se dedican los profesores.
Esta Academia no está formada por un solo edificio, sino por una serie de varias casas, a
ambos lados de la calle, que, habiéndose inutilizado, fueron compradas y dedicadas a este
fin. Me recibió el conserje con mucha amabilidad y fuí a la Academia durante muchos días.
En cada habitación había uno o más arbitristas, y creo quedarme corto calculando las
habitaciones en quinientas.
El primer hombre que vi era de consumido aspecto, con manos y cara renegridas, la
barba y el pelo largos, desgarrado y chamuscado por diversas partes. Traje, camisa y piel,
todo era del mismo color. Llevaba ocho años estudiando un proyecto para extraer rayos de
sol de los pepinos, que debían ser metidos en redomas herméticamente cerradas y selladas,
para sacarlos a caldear el aire en veranos crudos e inclementes. Me dijo que no tenía duda
de que en ocho años más podría surtir los jardines del gobernador de rayos de sol a precio
módico; pero se lamentaba del escaso almacén que tenía y me rogó que le diese alguna
cosa, en calidad de estímulo al ingenio; tanto más, cuanto que el pasado año había sido muy
malo para pepinos. Le hice un pequeño presente, pues mi huésped me había proporcionado
deliberadamente algún dinero, conociendo la práctica que tenían aquellos señores de pedir a
todo el que iba a visitarlos.
Vi a otro que trabajaba en reducir hielo a pólvora por la calcinación, y que también me
enseñó un tratado que había escrito y pensaba publicar, concerniente a la maleabilidad del
fuego.
Estaba un ingeniosísimo arquitecto que había discurrido un nuevo método de edificar
casas empezando por el tejado y trabajando en sentido descendente- hasta los cimientos, lo
que justificó ante mí con la práctica semejante de dos tan prudentes insectos como la abeja
y la araña.
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