El disco abre con “En la naturaleza (4-3-2-1)” donde después de un riff de metales andinos, Gepe hace un especie de spoken word y Pedropiedra rapea sobre un beat reguetonero. La verdad es que suenan bien dorks, pero para cuando llega el impresionante coro, a la vez up-beat y melancólico, es difícil no querer estar de su lado. Luego viene “Fruta y té,” una pieza entre chamber pop y el reggae light de UB40, que sorpresivamente logra ser tierna sin ser remilgada. Recoge algo del beat combativo y alegre del tinku boliviano en “Platina” y algo de lo afro-andino en “Libre” y “Bomba chaya.” Esta última es una de las mejor logradas del disco, donde el rol percusivo lo lleva el charango que hace de base a los metales hasta que todo despega con unos golpes casi como de moombathon.
Si en general el disco es rítmicamente electrizante me atrevería a decir además que su composición ha mejorado. En retrospectiva, Gepe tendía hacia líneas melódicas reiterativas. En canciones como “Con un solo zapato,” “Campos Magnéticos,” y la increíble “Un gran vacío,” Gepe jala el hilito de la tonada hasta sus últimas consecuencias, encontrando distintas texturas dentro de una misma melodía.
Gepe se arriesgó y el resultado ha sido sin lugar a dudas uno de los mejores álbumes del año. Pero hay algo más trascedente en Gp. Daniel Riveros acaba de abrirse por completo el margen para hacer lo que se le de la gana el resto de su carrera musical. El eclecticismo tan orgánico presente en este disco anuncia que aquel que busque encajonarlo va a salir perdiendo, ahora sabemos que todo va fluyendo. Que emoción.