Ventana 21 Septiembre / Octubre, Vol. 2, 2014 | Page 2

carácter. Duele el escupitajo verbal que nos lanza ese joven al que la sociedad ha convertido en víctima y en victimario. Duele porque es la réplica a un reclamo necesario, obligado. No podemos los adultos y quienes ejercemos algún tipo de autoridad permanecer indiferentes frente al desmoronamiento institucional, el familiar y el escolar porque el juicio de la historia y de los tiempos no nos lo perdonaría. ¿Cómo pasar de largo frente al chico que consume sin invitarle a recomponer el rumbo? Ha de haber una invitación amorosa y fraterna para convidarle a “mirar la vida con otros ojos”, a renunciar al sometimiento que supone el uso cada vez más intenso de alucinógenos y fármacos, con los que pretenden hacer frente a sus reveses y frustraciones, vencer los obstáculos y apropiarse de las oportunidades.

¿Cómo soslayar al que expende, miserabiliza y destruye el proyecto de vida de nuestros niños y jóvenes? Obliga hacerles un llamado a la sensatez para que renuncien a las falsas comodidades que les brinda esa “riqueza maldita” que amasan e incrementan sin escrúpulo alguno, mientras las familias de sus víctimas diezman su recursos y se destruyen irremediablemente. El mundo del que se droga no se parece al de quien la expende más que en la miseria moral en la que ambos han convertido su mundo interior. Aunque siempre será más infeliz y desdichado quien la ofrece y convierte en sucia mercancía.

Jose Bernardo Velez Villa

Rector I.E.E.N.S.

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Llover sobre mojado. No importa que poco o nada se consiga. Seguir arando en el desierto con la fe anclada más en nuestras convicciones que en nuestra firmeza. Pero insistir, a fuerza de provocar y de pronto ofender que es lo que finalmente se consigue en aquellos que obcecadamente se siguen doblegando a la voluntad soberana de sus “amos”. ¿O no son el dinero y quienes nos proveen de la dosis reclamada dueños de nuestros sueños e iniciativas? Lo son, lo serán en tanto vivamos y luchemos solo para ellos, para satisfacer su enfermiza obsesión por destruir y aniquilarnos.

La gota que golpea la piedra termina por perforarla. Es una vieja lección, aprendida en la escuela sin término de nuestras experiencias, recreada por los aciertos y fortalecida por las satisfacciones. Las que se sienten cuando somos afortunados testigos de la limitación que se supera, en los nuestros y en los otros, del error que se enmienda y repara. ¿Qué puede hacernos más feliz sino la plenitud que se percibe en el rostro de quien ha logrado superarse y salir del pútrido cieno de una dependencia? De esas dichas conocemos y de ellas queremos seguir sorbiendo sin claudicaciones, sin miedos y sobre todo sin limitaciones. Porque no hay que seguir pensando que todo está perdido.

Recibir la ofensa y callar. Guardar silencio para conservar la entereza sin doblegar el

VENTANA XXI