Sin embargo, mantuviste la sonrisa, el mentón alto y el orgullo con que
bailaste para ellos y para mí. Aunque aquella noche los conquistaste con
tu arte —tus giros en el aire, tu gracia—, me convertí en su comidilla. No
aceptaban que yo viviera contigo.
El salir se ha vuelto un acto de soledad, nadie quiere ir conmigo a
ningún lado, mucho menos acompañarme con tu dicha, como cuando
andábamos por las calles, cuando la gente me miraba como a un loco, y
solo porque me reía de tus chistes y ocurrencias, las que me
cuchicheabas al oído, ¿quién podía entender esta relación tuya y mía,
cuando incluso quienes creía mis amigos me habían dado la espalda?
Sé que nada perdura. Deseamos que las cosas se vuelvan
interminables, pese a que luego te hartes de ellas con su monotonía,
como bien me dijiste en tu lecho de muerte. No tuve lo suficiente de ti,
tampoco pude darte más de lo que te entregué. Quise más por ti, para ti,
aunque me gritaras siempre tu felicidad.
Estoy cansado, dichoso. He bailado por horas bajo la luces de
colores, hasta que la vela se hubo consumido. Gracias a ti aprendí que
tengo un pie derecho al lado del izquierdo, y que con ellos puedo saltar,
correr...
La amargura de Alberto ya no me daña, como lo hizo el día en que
partiste, cuando busqué consuelo en sus palabras.
—No era más que una pulga, Joaquín. Recapacita, por el amor de
Dios.
Reconsidero. Ciertamente la locura viste de traje y corbata. Ahora
he de apagar la luz, que está muy oscuro ya.
José Luis Sandin (Valencia)
http://josseluiss.blogspot.com/
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