Charles Town, (Carolina del Sur) junio 1757
Sintió que se habían parado, porque el barco se mecía en un vaivén
continuo, sin alteraciones. En la bodega hacía calor y hedía a orines,
heces y sudor. Les llevaron la comida, avena, agua y una hogaza de pan
mohoso. Las ratas se habían acabado. Ulises buscó su hebra de hilo e
hizo otro nudo, había estado haciendo nudos desde el día en que les
encerraron. Se abrió la escotilla y les obligaron a salir. El sol les recibió
cegándoles, después de tres meses sumidos en la oscuridad. Les echaron
agua para quitarles el olor que sus cuerpos despedían. Una vez tierra
adentro, les llevaron al mercado. Las cadenas y el látigo les impidieron
huir. Y se despidió de su hijo en el viento.
Charles Town, agosto 1757
La ciudad les recibió con un bochornoso calor. Durante la travesía
Martín aprendió a jugar a las cartas y a los dados, y “gracias al señor”,
como él decía, había conseguido una pequeña fortuna, lo
suficientemente grande para buscar a Ulises y reunirle con su hijo. Lo
primero que hicieron fue ir al mercado de esclavos. Allí en los registros
se enteraron de que Ulises había sido comprado por un tal Murray, y le
habían llevado a Darlington. Compraron dos caballos, una mula, una
pistola y provisiones. Rai, impaciente, quería salir ya a por él, pero
Martín le sonrió y le explicó que quedaban muchos días de viaje y
necesitaban descansar. Le siguió con desgana a buscar alojamiento. Él
tuvo que dormir en el establo con los animales recién adquiridos. Por el
color de su piel.
Antes de la puesta del sol, emprendieron el viaje. Tenían que
dirigirse al norte, detrás de las montañas estaba su destino. Cabalgaron
sin descanso, debían seguir el curso del río, y se internaron en los
bosques de abedules sorteando los peligros, hasta que llegaron a las
montañas. Cruzaron por un desfiladero de pendientes empinadas,
habían desmontado y caminaban conduciendo a los caballos, no había
otra manera de hacerlo. Al llegar a la cima, vieron que abajo se
extendían campos y mas allá las casas de Darlington. Después de veinte
días cabalgando se sintieron esperanzados.
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