Anoche
Entrar. Subir las escaleras. Buscar despacio con la mano derecha en
el bolsillo hasta encontrar la llave. Dar unos pasos hacia adentro.
Encender la luz, que no funciona. Pensar en el fósforo y sentir entonces
su presencia. Sentir de golpe esa humedad que lo contagia todo, que lo
empalaga todo. Respirar ese aliento que no es el propio y que llena el
cuarto con un sabor ácido y triste. Querer salir corriendo y estar seguro
que la puerta no se abrirá. Escuchar esa respiración pesada y sentir el
recelo congelado en los talones cuando sus ojos inmensos se abren y me
miran. Comprobar que mi cuerpo está paralizado y que el miedo lo
domina todo. Tratar de evitar esos enormes ojos fijos para no ver en su
fondo esa larga tristeza suspendida. Tomar valor y recordar el cajón de la
mesa de noche y el revólver. Moverse despacio directo hacia la cama, sin
dejar de sentir esos enormes ojos vivos colgando de la oscuridad. Tocar
la lámpara, el buró, el cajón, el revólver. Apuntar en medio de esos ojos
grandes que no se mueven. Jalar el gatillo. Contemplar el alivio de los
ojos enormes que se cierran de pronto. Sentir la debilidad que afloja las
piernas y buscar la cama.
Ver la noticia en el diario de mañana con la palabra generosa
encabezando el reporte. Saber que no habrá foto porque ningún diario
se atrevería a publicar la imagen de esos ojos inmensos y esa cabeza
deforme. Jugar con las palabras para poder dormir: Anoche, barrio,
fenómeno, eutanasia, hijo, macrocefalia, obrero, piedad, prisión,
revólver.
Cerrar los ojos y sentir como se mete en la cama y su cuerpecito se
acomoda fácilmente entre las sábanas. Saber que su mano débil buscará
la mía, como todas las noches, y que su sueño buscará el calor de mi
cuerpo. Recordar el buró, el cajón, el revólver cargado. Estirar la mano y
escuchar el diminuto lamento con que se duerme siempre. Sentir su
mano pequeña y delgada. Dormirme con la seguridad de que el cajón del
buró no se abrirá esta noche, ni la otra, ni nunca.
Vicente Montemayor “VIMON” (Omaha, Nebraska – EEUU)
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