Las hermanas
-¡Yo los vi, no miento, estaban cubiertos de sangre, muertos!- el
grito retumbó en la sala.
Los médicos se quedaron en silencio para luego retirarse a
deliberar en un cuarto contiguo.
La decisión no tardaría en llegar: la joven estaba desquiciada y
quedaría internada en el Instituto de por vida.
Volvieron al salón principal, pidieron retirar a la joven que fue
llevada a su cuarto blanco, para poder comunicar la decisión a sus
padres.
Desgarrador fue el llanto y los gritos de ambos. Luego de un rato,
cuando pudieron calmarse, firmaron los papeles y se retiraron del lugar
con las cabezas gachas evidenciando un terrible dolor.
Atravesaron el parque lentamente, abrazados. Una vez traspasados
los umbrales del Instituto, comenzaron a sonreír de forma macabra,
inexplicable, parecían felices...
Un poco de historia.
Era un pequeño pueblo, antiguo, donde el tiempo parecía no
transcurrir y cuya población no superaba los trescientos habitantes. La
Iglesia, la Municipalidad, la plaza y el caserío.
Y en la casa más alejada, vivía la familia González, padre y madre
con hermanas mellizas
El padre, agricultor, tenía cinco hectáreas de tierra en las cuales
cultivaba distintas clases de hortalizas y verduras. La última cosecha
había sido muy buena, el clima había ayudado. Este invierno la bonanza
reinaría.
La madre se dedicaba a las tareas domésticas, a los animales de
granja y al cuidado de sus dos hijas, Florencia y Penélope.
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