Vagabond Multilingual Journal Spring 2014 | Page 38
Quince minutos después, sonó una alarma y la puerta verde se abrió; todos caminamos hacia
delante y pasamos a un cuarto largo en donde habían diez cubículos separados por vidrio. De un
lado, estábamos nosotros, los visitantes, y del otro, detrás del vidrio, los detenidos; los criminales;
mi papá. Cada cubículo tenía un numero y el que nosotras buscábamos era el cinco. Ventana dos,
ventana tres, ventana cuatro, “¡Ventana cinco!¡Papi! ¡Ese es papi!” grité entusiasmada. No me podía
escuchar, estaba detrás de una ventana de vidrio muy grueso. Mi papá recogió un teléfono pegado
a su pared, y después señaló a nuestra pared en donde se encontraba otro teléfono. Rápidamente,
lo contesté y grité, “¿Alo, papi?” Él me respondió, “¿Princesa, qué haces aquí?” con lágrimas en
sus ojos, a punto de rebalsar. “Es que te extrañaba, y te quería ver,” le dije. “Haber mija, pásame
a tu mamá,” él respondió. Le di el teléfono a mi mamá, y hubo un silencio incómodo entre ellos.
Ella comenzó, “¿Y hoy, qué hiciste?” Los labios de mi papá se empezaron a mover, pero como el
vidrio que nos separaba era tan grueso, no escuchaba lo que decía; sólo hacía gestos con sus manos
mientras le explicaba a mi mamá lo que había pasado.
Al terminar de hablar, mi mamá comenzó a llorar, y él también. “¡Cinco minutos!”
anunció el guardia. Mi mamá rápidamente se limpió sus lágrimas antes de voltearme a ver, “Amor
ven aquí, habla con tu papi estos últimos minutos.” Disparé corriendo al teléfono, “¿Alo?” le dije a
mi papá con una sonrisota. “Hola, preciosa,” me respondió, con ojos rojos, y todavía lagrimosos.
“¿Papi, cuándo vas a regresar a la casa? ¿Es qué no te quieres ir? ¿No nos extrañas?” le pregunté,
sintiéndome un poco triste. “¡Claro que las extraño! ¡Especialmente a ti; mira qué grande te estás
poniendo!