Era un sábado en J erusalén , I srael , y por lo tanto ningún judío trabajaba , se lo prohíbe su religión . Entonces , todos los turistas y peregrinos se vuelcan en el sector árabe y la plazoleta de la torre de David cerca de la puerta de J affa que es el punto de encuentro de todas las multitudes . La puerta de J affa es una de las siete que hay en la muralla de piedra que encierra a la ciudad y que fue construida en gran parte por el sultán Saladino en el siglo X V durante la invasión y ocupación árabe de J erusalén .
El principal atractivo de ese sector árabe , son las callejuelas repletas de mercaderías que hay en los pintorescos negocios que tienen los palestinos y árabes , en general , y por donde se transita en la piedra viva con escalones pronunciados que obligan a mirar con cuidado donde se pisa . De improviso , aparecen mercaderes que también transportan sus productos por la misma vía o algún muchacho que lleva con sumo equilibrio una bandeja con té con menta , para algún cliente que se lo han pedido . Circulan todos los rostros del mundo y se escuchan todos los idiomas , pero el ambiente , incluso en medio del griterío que suele haber , es de alegre resignación . Ciertamente , de nada valdría enojarse .
Las coloridas telas cuelgan en las tiendas tanto como la platería y se pueden comprar igual sandalias que piezas de cristal . En realidad , esas callejuelas que se cruzan como serpentinas , son un bazar que abre los ojos al occidental pero que en las tardes , cuando se oculta el Sol , se tornan misteriosas , cae un silencio extraño .
Ese sábado , que mencionaba al empezar este artículo , nuestro grupo se había separado para que cada cual circulara por donde quisiera y comprara sin que nadie les apurara . Pero la advertencia había sido hecha a todos : cuando pregunten cuánto cuesta algo , enseguida digan lo que ustedes pueden pagar , aunque sea grande la diferencia , porque si regatean , ellos , los vendedores van a ganar . El consejo es excelente , porque cuando el probable comprador se va dejando ver que ya no le interesa lo que le ofrecen , el vendedor lo alcanza en la puerta y ¡ transacción hecha !
En un local , de jade y telas , compré algo de 50 dólares que me lo dejaron en 12 . Pregunté donde habría un café y me dijo un niño : " Aquí al lado , dentro de un callejón " . Con cuatro integrantes de mi grupo dimos con el callejón y de inmediato me pregunté : ¿ Cómo es qué no lo había visto nunca antes en todos mis viajes a J erusalén ? Lo primero que me imaginé era alguna escena de la película " Casablanca " . Al fondo habían dos puertas y un letrero decía " Café " . También una especie de noria con fierro �orjado que serv�a para colocar plantas exóticas , y no podía faltar un hotel enmarcado en banderas del mundo para significar que era internacional�
El café tenía “ clase ”, es decir , podía haber estado inclusive en un barrio de París . Sus mesas y sillas eran de rica madera y su color marrón contrastaba con los macizos muros blancos de cal . En el centro había un arco para subir a otro piso , pero nos quedamos en la planta baja , bajo una ventana que dejaba ver los pies de quienes
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