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Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Dejó la caja con los botones, atravesó el museo corriendo, salió por la puerta de entrada, y la cerró tras él. Una vez en la calle, localizó al hombre y, manteniendo una considerable distancia, lo siguió por High Street. Fue detrás de él, respetando su paso, mientras abandonaba High Street, se metía por Disraeli y cruzaba la calle para tomar la primera a la derecha, que era Gladstone Street, nada más pasar el antiguo convento. Se encontraba a unos veinte metros detrás de él cuando el hombre se detuvo de pronto y se volvió para mirarlo.
El doctor Burrows se estremeció al ver el cielo reflejado en las gafas del hombre y, consciente de que el juego había terminado, se dio media vuelta para mirar en sentido contrario.
Sin saber qué hacer, se agachó para atarse un imaginario lazo en sus zapatos sin cordones. Sin levantarse, alzó la vista furtivamente para mirar por encima del hombro, pero el hombre al que perseguía acababa de desaparecer.
Recorriendo azaroso la calle con los ojos, se puso a caminar deprisa, y echó a correr al acercarse al punto en que había visto por última vez a su presa. Al llegar, descubrió que había un angosto pasaje entre dos pequeñas casas de beneficencia. Le sorprendió no haberse dado cuenta nunca de la existencia de aquel pasaje en las ocasiones en que había pasado por allí. Se accedía a él atravesando un arco, y después transcurría como un estrecho túnel que salía a los patios traseros de las casas, y seguía entre ellos un trozo, ya a cielo abierto. El doctor Burrows escudriñó el pasaje, pero la falta de luz impedía ver gran cosa. Después del tramo que estaba a oscuras, sí se podía ver algo al final. Era un muro donde acababa al pasaje: se trataba pues de un callejón sin salida.
Volviendo a examinar la calle, movió la cabeza de un lado a otro sin comprender: no conseguía encontrar ningún otro lugar por el que aquel desconocido pudiera haberse metido para desaparecer tan de repente, así que respiró hondo y se internó por el pasaje. Caminó con cautela, temiendo que el hombre de sombrero pudiera estar oculto y al acecho en algún portal. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, pudo ver que el suelo estaba lleno de cajas de cartón mojadas y botellas de leche, la mayoría rotas.
Sintió un gran alivio cuando salió a la luz. Se detuvo a examinar el lugar. El callejón estaba formado por dos setos, y terminaba al final en el muro de una fábrica de tres pisos. El viejo edificio no tenía ventanas hasta el piso superior y, evidentemente, nadie podía haber escapado por él.
Así que ¿ dónde demonios había ido ese hombre?, se preguntó al volverse para observar el callejón con la calle al fondo, por la que en ese momento pasó un coche. A su derecha, el seto tenía un enrejado de un metro de alto por el que era casi imposible que alguien saltara. El otro seto no contaba con tal estorbo, así que atisbo a través de él hacia el otro lado. Lo que vio fue una especie de jardín descuidado y seco, con arbustos marchitos y una explanada de barro donde debería haber césped. El
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