Roderick Gordon- Brian Williams Túneles
—¡ Dios mío!— exclamó Cal con voz ronca.
—¿ Por qué es eso tan importante? ¿ Qué pasa...?— empezó a preguntar Will, antes de que Imago lo cortara.
— Porque los styx no olvidan. Os perseguirán allá donde vayáis. Y cualquiera que os dé cobijo, allá en la Superficie, en la Colonia o en las Profundidades, también correrá peligro. Sabéis que tienen gente por toda la Superficie.— Imago se rascó la barriga y arrugó el ceño—. Si Tam estaba en lo cierto, entonces vuestra situación, que antes era mala, ahora es peor. Os encontráis en el peor de los peligros. Estáis marcados.
Will intentó asimilar lo que acababa de oír, y movió la cabeza en un gesto de rechazo ante la idea de lo injusto que era todo.
— Así que si vuelvo a la Superficie, seré un fugitivo. Y si voy a casa de mi tía Jean, entonces...
— Entonces la matarán.— Imago cambió con incomodidad de postura sin moverse del sitio en el que estaba sentado, sobre el polvoriento suelo de piedra—. Así están las cosas.
— Pero ¿ qué vas a hacer tú?— preguntó Will, incapaz de comprender la situación en la que estaba metido.
— Lo que está claro es que no puedo volver a la Colonia. Pero no os preocupéis por mí, ahora se trata de vosotros dos.
— Pero ¿ qué debería hacer?— preguntó Will mirando hacia Cal, que contemplaba el agujero del suelo. Después se volvió hacia Imago, que se encogió de hombros, dejándole peor de lo que estaba. Se sintió completamente perdido. Era como jugar a un juego en el que sólo le explican a uno las reglas después de haber cometido un error—. Bien, creo que no tengo nada que hacer en la Superficie por el momento— murmuró, agachando la cabeza—. Y mi padre está aquí abajo... por alguna parte.
Imago alcanzó su cartera y hurgó en ella para sacar algo que tenía envuelto en un viejo trozo de arpillera. Se lo dio a Will.
—¿ Qué es?— murmuró, plegando la arpillera.
Con tantas ideas corriéndole por la cabeza, se hallaba en tal estado de confusión que le llevó varios segundos caer en la cuenta de lo que le había dado.
Era un pegote de papel aplanado que le cabía en el puño. Con los bordes rasgados e irregulares, era evidente que había sido sumergido en agua y puesto a secar después hasta que los trozos se aglutinaron para formar un rudimentario papel maché. Le dirigió una mirada inquisitiva a Imago, que no comentó nada, así que empezó a abrir las hojas superiores como quien pela las capas resecas de una cebolla vieja. Rascando los bordes sucios con la uña, no le costó mucho trabajo separar los trozos de papel. Entonces los desplegó para examinarlos más de cerca bajo la luz.
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