Muchas veces recomiendo hacer deporte, porque además de facilitar esa conciencia ayuda a liberar
tensión, mejorar la salud, la motivación y la autoestima que son imprescindibles para el cambio.
Mucha gente, buena parte directivos que no se permiten el miedo, la ansiedad, etc., salen a correr,
a hacer cross-fit o ultra maratones, como si les fuera la vida en ello. Yo mismo empecé así, pero es
una forma explosiva y puntual de soltar estrés. El problema es que, si son muy sedentarios, tienen
sobrepeso o alguna limitación se pueden hacer daño y se van a desmotivar rápidamente. Lanzarnos
con alegría a levantar pesas nos puede causar no pocas lesiones y algunas de ellas lejos de ser inocuas pueden convertirse en crónicas. Por eso me parece muy recomendable un enfoque profesional
global que tenga en cuenta todos los aspectos, y eso te lo da un entrenador en el caso de la forma
física. La motivación es lo que mueve a las personas, la motivación es emoción y tener un entrenador personal es motivación.
DH:
Pero entonces, ¿Podemos provocar el cambio a nivel psicológico desde el desarrollo físico con un
efecto profundo o duradero?
AA:
Cuando aprendemos que podemos cambiar las creencias que tenemos sobre nosotros
mismos, por ejemplo a través del deporte, integramos algo muy importante: podemos conseguir lo
que nos proponemos, aunque inicialmente no nos cuadre en la imagen que tenemos de nosotros
mismos. Esa integración no es algo etéreo, implica la creación de nuevas configuraciones neuronales. Cuanto más lo trabajamos más se fortalecen los cambios neurofisiológicos y creamos un círculo virtuoso, de forma que con cada cambio es más fácil cambiar.
Las creencias sobre nosotros mismos en ocasiones pueden verbalizarse de forma concreta o ser
conscientes, yo no valgo para correr una maratón, hacer un triatlón o reducir mi peso de forma
sana y estable, no tengo voluntad, esto no es para mí, yo no soy capaz de emprender, de cambiar,
etc. En la mayoría de los casos tienen un origen profundo e inconsciente que hace que las confundamos con lo que somos, con nuestra esencia, y marcan cómo nos dirigimos, qué proyectos tomamos y cuales rechazamos, nuestras relaciones personales, el trabajo, nuestro cuerpo, la comida,
etc. Lo más grave de esas creencias es que pueden limitar drásticamente nuestra capacidad para
soñar y comprometernos con objetivos que nos hagan felices, limitan lo que somos.
Cuando se formó nuestro aparato emocional, entre los 0 y los 50 meses, no teníamos palabras ni
lógica, muchas veces nos cuesta identificar y entender para qué hacemos las cosas, y por eso construimos creencias que parecen imposibles de cambiar que además se refuerzan con el tiempo. En
realidad, son eso, creencias, no somos nosotros, y lo creamos o no, esas creencias, no dejan de ser
configuraciones y dinámicas neurológicas con mayor o menor plasticidad.
DH:
Hablando un poco de counseling y coaching, aunque sé que es difícil hacer una recomendación
general, no sé si te encuentras con alguna circunstancia emocional especialmente frecuente que nos limite
a la hora de conseguir objetivos. ¿Has hablado de sentir la emoción en el cuerpo, pero hay algo que puedes
recomendar a todo el mundo?
AA:
La psicología clásica y la que aún se enseña en la universidad en España, aunque cada vez
menos, tratan al ser humano con unas implicaciones parecidas a la tradición judeo-cristiana en lo
que se refiere a separar cognición/alma de la emoción/cuerpo, aunque se reconozca que ambos se
influyen mutuamente. Fritz Perls, médico neuropsiquiatra y psicoanalista y padre de la Terapia
Gestalt, hizo suya la máxima de “no tenemos cuerpo, somos cuerpo”. La realidad es que como
tratas a tu cuerpo afecta a tu propia genética, afecta a la neurología, afecta el cerebro y cambia tu
forma de pensar, tus emociones y en definitiva tus creencias sobre ti mismo. Igualmente, tu forma
de pensar y cómo trabajas tus emociones te permite ayudar a cuidar tu cuerpo incluyendo cerebro
y genética.