Las potencias filosóficas de la Ley...
Ángela Menchón
Así, la ESI incomoda también la manera en que hemos construido la “adultez” (o la
autopercepción de nuestra adultez) en nuestra relación con las niñeces. En términos
pedagógicos, implica un cierto corrimiento del docente / adultx respecto del lugar del “saber
absoluto”, de quien responde a todas las preguntas. La figura docente que la ESI requiere es
alguien abiertx a la escucha y a las preguntas de lxs chicxs, y no solo quien transmite saberes
científicamente validados. Valorar las preguntas de lxs chicxs, tomar en serio sus preguntas
es tomarlxs en serio. Sabemos que en infinidad de colegios e instituciones educativas son lxs
mismos niñxs y jóvenes quienes están exigiendo a los adultos la implementación efectiva de
la Ley de Educación Sexual Integral, y son ellxs quienes la están vitalizando y potenciando
desde sus propios deseos, necesidades y demandas. Esta apertura al protagonismo de las
nuevas generaciones contribuye a generar las condiciones para una comunidad educativa
dispuesta a interrogarse y a construir respuestas colectivamente, sin negar los conflictos que
puedan generarse en el proceso, y teniendo en cuenta que algunas tensiones pueden no
resolverse del todo. La ESI, como la filosofía, es una invitación a admitir que no poseemos
todas las respuestas y que tenemos muchísimo que aprender de las nuevas generaciones, y
un mundo que construir junto con ellxs.
A modo de cierre
La ESI, cuando se asume desde la disposición comunitaria a revisar profundamente las
prácticas pedagógicas y los supuestos que la sostienen, posee una fuerza transformadora que
a mi entender es potencia filosófica, un efecto martillo capaz de “desestabilizar lo que hay para
ver el espectáculo de lo que emerge” (Segato, p. 62).
Se suele aducir que la ESI aporta a una educación más “inclusiva”, pero creo que ese apelativo
solo tiene sentido si lo pasamos por el tamiz de la pregunta respecto a quiénes queremos
incluir a quiénes y a qué. Si la idea es “incluir” a niñxs y jóvenes a un orden sexista,
adultocéntrico, desigual, entonces la inclusión no puede ser el significante que nombre nuestro
horizonte político y pedagógico. Incluir solo podría tener potencia política y filosófica si lo
entendemos desde la idea de desordenar los órdenes rígidos y excluyentes en los que vivimos.
No se puede “incluir” a nadie si el orden no se transforma, en ese caso estaríamos hablando
de una ilusoria inclusión. Y no siempre aquello que se denomina “inclusión” genera
transformaciones reales. Entonces, quizás debamos asumir que no se trata de “incluir” sino
de crear otros mundos posibles, otras instituciones educativas, donde la multiplicidad de los
cuerpos, los géneros, las sexualidades sea afirmada, valorada, cuidada y bienvenida. Ese
orden excluyente y desigual, adultocéntrico y sexista, es el que la ESI nos ha invitado a revisar
y a transformar, a través de una educación que incorpora a lxs estudiantes en los procesos de
deconstrucción de nuestras prácticas, que tiene en cuenta las voces de niñxs y jóvenes en la
construcción de otro mundo común a partir de éste.
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