Las potencias filosóficas de la Ley...
Ángela Menchón
Cuando asumimos que toda educación es sexual, lo importante es revisar qué transmitimos y
desde qué concepción de sexualidad educamos. Cómo, con qué herramientas, en qué
encuadre, con qué perspectiva o priorizando qué derechos es lo que entra en discusión y en
esa línea van los aportes enormes que la ESI hace.
En este sentido, una de las apuestas fuertes y disruptivas de esta ley es ampliar el concepto
de “sexualidad” que está arraigado en el imaginario social y escolar. Ésta no se reduce a lo
anatómico ni a lo biológico, aunque haya sido esa la tendencia en toda la escolaridad moderna
y de los abordajes biomédicos que aún subsisten y amenazan con capturar los contenidos de
la ESI. La sexualidad implica pensarnos como seres corpóreos y sintientes, y no otorga al
cuerpo una significación puramente biológica sino fundamentalmente subjetiva, simbólica y
social. Implica también pensar el modo en que las personas vivimos, disfrutamos o padecemos
nuestra existencia corpórea y cómo nos vinculamos con lxs otrxs en tanto seres encarnados,
que sienten, desean, gozan, padecen. Incluye la genitalidad y la reproducción, pero también
el placer, la afectividad, las representaciones de belleza y corporalidad que se instauran
socialmente, el cuidado del cuerpo propio, entre otras.
La educación sexual integral es también una apuesta a la afectividad, ya que profundiza la
educación de niñxs y adolescentes en el reconocimiento y respeto de sus afectos y los de
otras personas. Se busca fortalecer el reconocimiento de los propios deseos e identificar
aquellas cosas que lastiman emocionalmente o que hacen sentir mal. El concepto de
sexualidad ampliada que propone la ley, implica pensar la educación escolar desde el cuerpo,
desde un pensar encarnado y comprometido con la corporalidad y la sensibilidad, superando
el dualismo mente-cuerpo que ha configurado la subjetividad moderna occidental, y por ende,
la escuela que solemos llamar “tradicional”.
Así, como enseñantes, es fundamental que resignifiquemos la manera en que aprendimos a
abordar la sexualidad (desde la moral, desde el miedo, desde la noción de peligro) para
abrazar una sexualidad asociada al placer y al ejercicio de los derechos. Esta ley nos lleva a
identificar y revisar nuestros prejuicios y tabúes y hacerlos conscientes para que no interfieran
en la tarea, así como identificar las prácticas estereotipantes que ejercemos a diario. Hacer
visible para deconstruir la matriz binaria, heteronormativa, patriarcal, que nos atraviesa y que
a menudo habla y actúa a través nuestro. Todo esto puede resultar difícil, doloroso, llevar
tiempo.
Ahora, ¿por dónde empezar, si es que aún no hemos empezado? No se trata de cambiar todo
lo que hemos hecho hasta ahora ni de asumir desde un lugar culpabilizante que “hemos hecho
todo mal”. Se trata de identificar en primer lugar que el orden heterocispatriarcal ha
configurado nuestras biografías, nuestras subjetividades, y es importante que podamos
reconocernos como seres cuya sexualidad también ha sido producida social, cultural y
políticamente. Es también una invitación a conocernos más y mejor.
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