La ley señala que hay tres ámbitos que tenemos que analizar críticamente a la hora de
identificar prácticas que no promuevan u obstaculicen el ejercicio de una educación sexual
integral. Estos aspectos son, en primer lugar, el desarrollo curricular; el nivel de la organización
de la vida institucional cotidiana y los episodios que irrumpen en la vida escolar, los
emergentes: ¿qué nos incomoda? ¿Qué nos moviliza, qué nos desborda? ¿Cómo abordamos
eso que rompe el orden cotidiano?
Además del currículum explícito, también es fundamental dilucidar de manera crítica y con
perspectiva de género el currículum oculto (lo que enseñamos de manera tácita, a menudo
irreflexivamente) y el currículum nulo (lo que silenciamos, lo que omitimos, aquello a lo que
directamente no le damos lugar o desconocemos). La escuela no sólo con lo que dice y hace
de manera explícita, sino además con lo que oculta y calla, normaliza identidades y fija
expectativas de comportamiento para cada género en base a criterios biologicistas y binarios.
Todas estas dimensiones pueden convertirse en vehículos de prácticas estereotipantes,
excluyentes, estigmatizantes, si es que no las sometemos a una revisión crítica y a un proceso
de deconstrucción colectiva.
En tensión con este orden, la ESI se presenta como una práctica desestabilizadora, ya que
promueve una revisión crítica de nuestros supuestos y posicionamientos respecto a la niñez
y la sexualidad, y de las resistencias que aún hoy subsisten frente a todo lo que busque alterar
los órdenes existentes en todas sus instancias.
La ESI desestabiliza las representaciones que tenemos acerca de las relaciones entre la
escuela, la sexualidad y la infancia. En la historia de la escolaridad, la sexualidad ha sido
tradicionalmente obturada por el diagrama disciplinario y domesticada en función de un orden
asexuado y sexista, y se presenta siempre como lo que amenaza, lo que irrumpe, lo que
desborda. Por ende, hablar de educación sexual en la escuela aparece, en un primer
momento, bajo la forma de la novedad. Según Morgade (2011), la escuela se postula como
un lugar donde no se habla de sexualidad (porque ésta es un tema supuestamente propio de
lo privado), pero al mismo tiempo la sexualidad siempre estuvo en la escuela (porque somos
seres sexuados y no podemos escindirnos para entrar a clase). Contra la imagen de una
escuela que se ha presentado a sí misma ocultando el carácter corpóreo, encarnado y
sexuado de lxs sujetxs que la habitan (como si fuera aséptica y distante de estas cuestiones),
Morgade plantea que “toda educación es sexual”, política y socialmente constituida, en el
marco de relaciones de poder. Cuando educamos en la escuela fijamos sentidos sobre los
cuerpos, los deseos, las representaciones sobre la masculinidad y la feminidad, tendiendo a
establecer ciertos modos de vincularse con la sexualidad, con el cuerpo y con el placer como
“normales” o “naturales”. Infinidad de saberes, creencias y prácticas sobre la sexualidad y los
géneros se encuentran implícitas en el currículum explícito y oculto de todas las asignaturas
y en las prácticas escolares.
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