para el niño, es preciso pensar modelos de orientaciones para que puedan acompañar a sus
hijos en este trayecto, sin delegar la tarea de enseñanza que le es propia al jardín. Allí veremos
que no será posible espejar el jardín planteando intervenciones docentes específicas, sino que
será necesario cuidar que no se pierda la relación con la enseñanza. Será todo un desafío
posicionarnos como formadores en la familia, garantizando lo que los lineamientos
jurisdiccionales se proponen y lo que la Convención de los derechos de los niños y las niñas
promueve.
En vías de fortalecer los vínculos en el hogar con lazos de confianza, los niños y niñas podrán
aprender más allá de las diferencias sociales y culturales, y las familias comprenderán la
importancia de la formación en sus hogares. Es aquí que el docente, en ese entramado,
enriquecerá y fortalecerá su posicionamiento como profesional de la educación acompañando
la tarea de enseñar que supone un trabajo intelectual y político.
Se hace necesario:
Leer la realidad como una oportunidad en
donde nos encontramos haciendo jardín de
modos diferentes, donde algunas
propuestas y nuevos aprendizajes no
figuran en ningún currículum oficial. Aquí
también es necesario leer la infancia para
que trascienda la idea tradicional de la niñez
en esa vista de receptor, o la posicionada
como etapa cronológica, y pueda ser
instaurada como una oportunidad de
trascender fronteras.
Leer los sistemas y tradiciones educativas
donde sus futuros dependen de las
localizaciones y contemplando las variadas
configuraciones familiares que los
constituyen, los contextos en las realidades
de los distintos jardines, urbanos, urbanos
marginales, rurales, etc.
Entender que acompañar a los niños y niñas del jardín es acompañar a la familia y que
comprender a los educadores en sus presiones cotidianas hace que todos respiremos mejor.
Estar atento a las tensiones y exigencias, para calmar y ganar vida en el encuentro.
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