Entre las modas con globitos de colores...
Laura Pitluk
Las instituciones educativas debiéramos enfrentar al consumismo desmedido, a la lógica del
triunfo, a las razones del mercado, a la ideología centrada en la competencia, al individualismo
estrechamente vinculado al “sálvese quien pueda”, a la diferenciación entre aquellos sujetos
bien valuados y los otros desmerecidos incluso por las propias familias y educadores, a la
consideración de las emociones segmentadas en compartimentos estancos que deben
trabajarse separadas entre sí y diferenciadas de todas las propuestas educativas que se
desarrollan con la premisa de entramar los saberes y articular la enseñanza y los posibles
aprendizajes; podemos y debemos reconocer que el trabajo en equipo y la mirada sobre lo
grupal nos fortalece y enriquece, que todos tenemos nuestras fortalezas y nuestros aspectos
a modificar, que no somos iguales y eso nos enriquece, y que respetar a la autoridad bien
entendida y a los encuadres acordados nos permite conformar una sociedad y una escuela
más rica y más justa.
Mi padre, maestro y guía, decía que el mundo debiera conformarse como un gran Kibutz,
es decir, en un espacio -característico de Israel- en el que se distribuyen roles y tareas
entre todos y para todos, en función del bien común.
“Por eso espero que, en el «después de
la escuela», ya no aceptemos la
reducción tecnocrática del aula a
ejercicios programados y asistencia
individual prescritos mediante
protocolos estandarizados. Por eso me
gustaría que estuviéramos más atentos
que nunca a las prescripciones
«científicas» que, aunque vestidas con
las últimas ropas digitales y
neurocientíficas, reproducen sin
embargo el viejo modelo conductista de la enseñanza individual programada y consideran al
profesor, en el mejor de los casos, como un intérprete, y en el peor, como un obstáculo que el
«todo-digital» podría quizás algún día hacer posible eliminar.
…
Por eso también me gustaría que exigiéramos, desde el jardín de infancia hasta la enseñanza
superior, la posibilidad de establecer sistemas de enseñanza inspirados en pedagogías
cooperativas e institucionales, que permitan a todos y cada uno «ocupar su lugar» en un
colectivo, es decir, no ocupar todo el espacio en él, pero tampoco ser arrancado
subrepticiamente o abruptamente de él. Por eso me parece esencial reafirmar que la escuela
es una «institución», que encarna los valores de nuestra República, y no un «servicio»
encargado de satisfacer las demandas de los usuarios individuales. Y recordar, por lo tanto,
que la «educación en casa» no es, no puede ser la escuela: porque, precisamente, la escuela
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