“…la palabra Asamblea designa para nosotros, ese interjuego in crescendo que se produce
en un grupo humano cundo una palabra, una frase, un dialogo motivan y desencadenan ideas,
conceptos, en torno a propuestas y decisiones, acuerdos o reflexiones que van enmarcando
la vida de ese grupo.
…
El maestro estimula, organiza, promueve el uso de la palabra, para que hablen, para que
escuchen y así aparezcan los distintos puntos de vista, las diferentes miradas acerca de un
mismo hecho o situación. Está atento para ayudar a modificar los lugares estereotipados (el
que siempre está silencioso, el que habla siempre intentando imponer su punto de vista, etc).
…
Entre la multiplicidad de roles de un maestro, éste de ser propiciador de la palabra parece uno
de los más esperanzados.
Ese mismo maestro que propicia, que estimula el uso de la palabra, es también quien escucha,
quien aprende” 2 .
Así mismo entran en escena una vez más los talleres, como modalidad educativa que brinda
opciones óptimas para poner en práctica un trabajo reflexivo y participativo desde la mirada
de lo grupal, los valores y los derechos humanos. “No es el taller, por cierto, la única forma de
reflexión sobre la realidad y elaboración del saber, pero reúne caracteres que le otorgan
particulares ventajas en la tarea educativa. El taller es el lugar donde la producción de
conocimiento asume la talla de lo humano compartido, surge del amor por la tarea y se
desarrolla con el pulso de la propia aptitud creadora en diálogo y no en soliloquio, enseña a
valorar lo diferente mientras afirma la igualdad, y -fundamentalmente- es el ámbito en que las
personas aprenden a manejar (a fuerza de ejercitarse) el intercambio entre realidad y discurso,
única forma de que el conocimiento pueda efectivamente servir a los proyectos humanos.
El taller es un lugar relativamente reciente en la educación, simbiosis de toda una tradición de
fraternidad laboral y de producción artística compartida: de allí su nombre. En él, la transmisión
de la herencia humana aligera su peso, se des-solemnizan las relaciones entre los-portadoresde-saber
y los que (supuestamente) nada-saben-de-nada, se estrechan lazos entre las
palabras y la vida social, y se desarrollan las propias posibilidades dentro de un ámbito
humano comunitario. Todo ello se vuelve posible a partir de la conciencia de los derechos
humanos, e inversamente, éstos se vivencian en el marco del taller”. 3
Entonces, volviendo, si no renunciamos a las costumbres argentinas, esas que conjugan los
abrazos, los mates, el exceso de verbalización y afecto, con la pasión por las discusiones y el
futbol…y nos encontramos retornando a un escenario que cambió luego de lo vivido pero no
tanto como para alejarnos de nuestra identidad como país, como comunidad, como
2
Lía Schenck (1998) “La escuela de los niños”, Ediciones Novedades Educativas. Buenos Aires.
3
Subcomisión de Educación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. (1989). Talleres de vida. Educación
por los Derechos Humanos. Cuadernos para la práctica 1. Buenos Aires.
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