Travesías didácticas Nº 21 • Marzo / Abril 2016 | Page 9
A la hora de comunicar, en cambio, las preguntas son otras:
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¿Quién será el destinatario?
¿Qué necesita saber?
¿Qué efectos quiero producir ofreciendo esta información?
Dentro de toda la información que produce la evaluación ¿en qué contenidos
debería centrarse el informe?
¿Cómo debería organizarse el texto?
¿Con qué lenguaje debería estar redactado?
Si se pregunta a cualquier docente o directivo escolar “¿a quién están dirigidos los
informes?”, la respuesta mayoritaria se orientará a la idea de que el informe cumple una
función múltiple: se elabora para dejar una constancia institucional sobre el desempeño del
niño, está a disposición de los futuros docentes de cada alumno, forma parte del legajo que
guarda también otro tipo de información (médica, legal, etc.) y, además, se comparte con las
familias. Sin embargo, el uso que presenta mayor peso, y que define en gran medida los
debates teóricos y las decisiones prácticas sobre su redacción es su función de
comunicación hacia las familias. Las correcciones que los equipos de coordinación
pedagógica realizan a los informes suelen estar centradas en cuestiones técnicas
pedagógicas tanto como en cuidar el modo en que se habla de los niños considerando a los
destinatarios más sensibles del informe: los padres.
Si nos dedicásemos a leer informes realizados por docentes del nivel y buscáramos algunos
tópicos recurrentes, leeríamos cosas tales como:
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“Disfruta y participa de las actividades”
“Colabora en tareas grupales”
“Logra establecer relaciones con sus pares”
“En las conversaciones grupales, comparte sus experiencias personales”
“Espera su turno para hablar”
“Es capaz de respetar normas”
“Cuida los materiales”
“Es muy curioso”
“Muestra gran entusiasmo”
“Aún trabajamos en lograr…”
Estas expresiones, muy típicas y que resultarán familiares a cualquiera que haya leído o
escrito informes evaluativos en el nivel inicial, tienen en común el hecho de que buscan
caracterizar al niño a partir de la descripción de una serie de rasgos generales. Se habla de
la capacidad del niño de respetar turnos y acuerdos, pero no tanto del modo en que esas
capacidades encajan en la vida escolar, o sobre qué se ha hecho en la escuela para
promoverlas. Se habla de su disfrute, participación y entusiasmo por las actividades, pero no
tanto sobre el clima áulico en el que han crecido estas disposiciones. Se tiende, en fin, a que
el informe se parezca mucho más a la descripción de un sujeto, que al relato de una
experiencia en el mundo de relaciones que es el jardín. En los siguientes apartados
intentaremos recorrer una serie de observaciones críticas tendientes a desarmar algunos
nudos de esta práctica, para intentar repensarla desde la mirada y la escritura creativa del
docente.
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