Travesías didácticas Nº 21 • Marzo / Abril 2016 | Page 45
Solemos definirlo en diminutivo “es una personita” a la cual dotamos de beatos atributos
(dulce, tierno, inocente, etc.), para enseguida pasar a señalar su in – capacidad “necesita ser
ayudado, contenido, protegido, cuidado, etc., etc., etc. y remarcar que es un “ser en
proceso”, que su realización plena es a futuro (los niños son el futuro) y serán totalmente
personas cuando dejen la infancia y se conviertan en adultos.
Incluso muchas expresiones que reflejan la subestimación que hacemos de la niñez, cuando
decimos por ejemplo “son cosas de niños”, o cuando queremos quitar seriedad a un tema y
decimos “pareces un chico (niño)”, cuando queremos señalar una actitud irracional y
comentamos “el que se acuesta con niños amanece mojado”, cuando queremos alertar
sobre las consecuencias que conlleve andar con ciertas personas cuyo comportamiento es
inmaduro. Y así podríamos hacer una larga lista de frases que en la vida cotidiana utilizamos
subestimando a la niñez.
En el ámbito de la familia la niñez es vista como: la continuidad de… la familia, el apellido, la
profesión, el negocio y tantas otras continuidades y se educa en consecuencia. Pensemos
en las crisis que se producen en la vida familiar ante cada acto de autonomía que niñas,
niños y adolescentes van adquiriendo. Y ni hablar del grado de catástrofe que alcanza esta
crisis cuando esa “autonomía” rompe con la continuidad esperada y proyectada en esa vida.
Otro tanto ocurre en la vida de las instituciones educativas, sociales, religiosas que tienen
como misión “educar al niño”. Se espera de niñas, niños y adolescentes que “se adapten” a
sus estructuras, que acepten acríticamente sus doctrinas, normas, reglamentos. Categorías
tales como “normal”, “adaptado”, “lo esperado” son utilizadas para enmarcar el
comportamiento y la integración de niñas, niños y adolescentes dentro de la vida de las
organizaciones.
Y por último
¿Qué espera “la sociedad” de las instituciones socializadoras (familia, escuela, iglesias)?
¿Qué los prepare para incorporarse, adaptarse a la vida en sociedad? En definitiva, que se
los domestique, dando por sentado que la sociedad tal como está planteada no necesita ser
modificada y/o transformada.
En definitiva se sigue considerando a la niñez como pura continuidad, como una etapa
preparatoria para un estadio superior y pleno que es la edad adulta (en la que en los últimos
años se excluye a la tercera edad). El niño como sujeto de derecho, pareciera que lo es
sólo en potencial y dependiendo de lo que los adultos habiliten para que así sea.
Seguimos como “Herodes y toda Jerusalén” alarmándonos ante la irrupción en nuestras
vidas del rey que ha nacido. Nos produce un gran miedo esa nueva presencia, este nuevo
ser que como un igual se pone frente a nosotros y en su presencia como sujeto de derecho
pone en cuestión nuestras seguridades y nuestras certezas. Esta vida que irrumpe está ahí
para cuestionar “mi saber” y en definitiva pone en jaque “mi poder”.
Sin embargo, hay otra manera de ponernos frente a la niñez. Propongo nuevamente recurrir
al texto bíblico y mirar la actitud de los “sabios de oriente” que contrasta con la de “Herodes
y toda Jerusalén”. Ellos no se alarman, no ven un peligro inminente; sino que se dejan
asombrar por la vida nueva que los invade – “¿dónde está el rey de los judíos que acaba de
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