se puede exigir a un individuo ir en contra del propio orden natural? Esta es la
pregunta que deberíamos hacernos sobre la cuestión del sacrificio de Ifigenia.
Tomemos entonces en cuenta otro grupo de animales y cuál es su reacción
al respecto del sacrificio de uno de su mismo grupo. Como nosotros conocemos
nuestro “grupo” como familia, los lobos reconocen el suyo como manada. Las
manadas de lobos se distinguen por la lealtad que tienen hacia sus miembros,
se caracterizan por la devoción a la protección de cada uno de sus integrantes.
Algunas veces, para entender la naturaleza humana, los sabios estudian otros
grupos de mamíferos que se parecen en características sociales a los humanos.
Así como un lobo dedica su vida a proteger a su manada, los humanos dedican
su vida a proteger a su familia por naturaleza.
Por lo tanto, aquellos que buscaron la guerra y la conquista a través de la
muerte de Ifigenia, estuvieron exigiendo a un padre que ejecute a su descen-
diente, que vaya en contra de una ley esencial de la naturaleza, a cambio de
una búsqueda ambiciosa de la riqueza. Se habla del honor y de recuperarlo
cuando hablan de la conquista de Troya, ¿Qué honor trae el asesinar a un ino-
cente? ¿Qué clase de líderes son aquellos que están dispuestos a asesinar a su
primogénita por ambición? Es hora de preguntarse, ciudadanos de la Hélade y
el mundo, si sus líderes estuvieron dispuestos a sacrificar a su propia familia por
riqueza y tierra ¿Qué evita que sacrifiquen a sus pueblos, a sus familiares? ¿Qué
evita que ustedes sean sacrificados? ¿Vale más la riqueza que la vida individual?
La respuesta es, no. Ningún honor, ninguna posesión vale más que un ser
humano. La propuesta entonces era que los reyes se olvidaran de Troya si Ifige-
nia era el precio que tenían que pagar por ella. Uno habla de honor, pero qué
honor trae saber que nuestra ambición nos lleva a hacer cosas imperdonables.
El equilibrio en el planeta depende de ciertas reglas que mantienen el or-
den. Ningún oráculo ni profecía debería ir en contra de la naturaleza misma.
Ifigenia no tuvo la culpa de la conflagración, Ifigenia no quiso luchar contra
Troya, Ifigenia solo quería a su padre. ¿Qué ofreció la muerte de esta mucha-
cha? ¿Objetos materiales? ¿Honor?
No. Lo único que trajo la muerte es más muerte y más sufrimiento. El ho-
nor no debería ser ganado a costa de la vida de un inocente, de una niña, de
alguien que nunca en su vida ha empuñando una espada. Pese a que ya se han
cometido errores previos, no es muy tarde para enmendar los males. Ifigenia
no merecía morir.
Travesía • revista estudiantil
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