de privilegio que tengo es gracias a mis pa-
dres, y también a la suerte de haber nacido
hijo de ellos. La vida puede ser muy dura al
comparar realidades de distintas personas,
y eso puede enseñar la humildad. Mi men-
te se ocupó de reflexionar sobre qué tan
distintas eran nuestras vidas. Él probable-
mente pasaba sus días buscando algo de
valor entre bolsas de basura, y yo pasaba
los míos aprendiendo lecciones valiosas en
uno de los mejores colegios de Asunción.
No suelo hablar con gente de la calle,
pero este niño despertó algo en mí. -“Ey
¿cómo te llamas?” Levantó la vista un se-
gundo, pero después siguió con lo suyo en
la basura del vecino. Pensé que a lo mejor
era tímido así que me acerqué un poco.
Me acordé que tenía un billete de dos mil
guaraníes en el bolsillo, y decidí que sería
un lindo gesto entregarle el dinero, como
una ayuda.
Cuando saqué el billete y estiré la mano
para que él entienda que se lo estaba re-
galando, me sorprendió. -“Señor, yo soy
un humilde reciclador y no un limosnero.
Gracias por querer ayudar, pero no puedo
aceptar. Que Dios le bendiga.” Sin más, dio
vuelta y se marchó. No lo había perdido de
vista cuando los pensamientos me invadie-
ron. Siendo que él es una persona humil-
de, ¿Por qué rechazó mi dinero? No era la
primera vez que regalaba dinero a personas
menos afortunadas en las calles, sin embar-
go, fue el primero que rechazó la oferta. No
solamente me sorprendió que él no tomara
el dinero, sino la forma en que se excusó por
no tomarlo. Siento que detrás de la razón
había sobre todo mucha nobleza. Personas
que prefieren trabajar en un empleo digno
en vez de recibir dinero de regalo son per-
sonas que yo admiro mucho.
Pasó una semana, y mi mamá me vol-
vió a pedir que saque la basura. Cuando me
hizo el pedido, inmediatamente pensé en
el niño de la calle. Parte de mí quería vol-
ver a verlo, pero otra parte de mí sentía in-
comodidad. Cuando fui afuera con la bolsa
de basura, no había nadie. Puse la bolsa en
el estante metálico, en donde uno debe
colocar las bolsas de basura.
Esa noche volví a pensar en el niño
reciclador. Si no quería aceptar mi dinero,
¿qué podría hacer yo para ayudarle? Era
obvio. Si podía juntar botellas, tapas, car-
tones, papeles, y otros residuos reciclables
en una bolsa aparte, le facilitaría mucho el
trabajo al reciclador. Fue eso justamente lo
que hice. Por dos semanas junté botellas
de plástico, latas, papel y cartones de le-
che. Al final de la semana saqué dos bolsas
de basura, una con reciclables y una que
debía ir directo al basural.
Escribí una nota al lado de la bolsa de
reciclables que decía, “Te separé las cosas
que a vos te van a servir. Suerte.” Me sentí
contento con mi solución para hacer la vida
de ese niño un poquito más fácil. Creo que
muy pocas personas piensan en la forma en
que sus acciones tienen efectos en la vida
de los demás. Si todos hacemos las cosas un
poco mejor y con un espíritu positivo, en-
tonces podemos hacer que personas menos
afortunadas se encuentren mucho mejor.
En fin, no vi al niño por varias semanas.
Pasaron casi tres meses antes de volver a
verlo. Era una mañana gris, subí al auto
con mi mamá, y salíamos a la calle cuando,
a media cuadra de mi casa nos cruzamos
con él. Le conté a mi mamá que ese era
el niño que no quiso aceptar mis dos mil
guaraníes porque él no era ningún limos-
nero. Bajé la ventana cuando nos acerca-
mos al niño y le pregunté, “¿Recibiste la
nota que te dejé y la bolsa con las cosas
que te separé?” El niño me miró y me dijo,
“Gracias. Que Dios le bendiga.”
B ibliografía
- https :// www . infobae . com / america / opinion /2017/11/05/ jaime - bayly - en - infobae - un - amor - del - tamano - del - mar /
Travesía • revista estudiantil
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