Travesia 2025 | Page 16

blo paraguayo, cuya identidad está estrechamente ligada a la espiritualidad. No es casualidad que un asombroso 88,2 % de la población paraguaya se identifica como católica: el resultado de siglos de esfuerzos misioneros que introdujeron no sólo un nuevo credo, sino que también fundamentaron las bases de una identidad paraguaya contemporánea.
Esto ocurrió en la época de la fundación franciscana en 1556 con la expedición de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, poco después del establecimiento de Asunción, que era el lugar donde los esfuerzos evangelizadores se dirigían principalmente a los guaraníes, ya que fué el primer gran encuentro entre europeos y guaraníes.
Los cimarrones trajeron la cultura de los hábitos franciscanos, con la cruz y la Biblia, para dejar de lado la inefectiva y simple conquista física. Fue una misión divina de civilización que posteriormente influiría profundamente en el paisaje cultural paraguayo.
Los franciscanos comprendieron que si querían establecer su dominio espiritual sobre los guaraníes, primero debían conquistar sus corazones y mentes. Así, fundaron un convento en Asunción, que con el tiempo se convirtió en el centro social y cultural, con no solo un noviciado, sino también una escuela primaria para mestizos e indígenas, y un internado de estudios superiores.
La presencia franciscana también se extendió a los pueblos rurales que rodeaban la capital: Altos, Itá, Yaguarón, Ypané, Guarambaré, Tobatí, Yuty y Caazapá. En todos estos pueblos, aún hoy, la celebración de los santos patronos marca el ritmo del calendario social, como un momento de reafirmación de la identidad y conexión de fe y tradición.
Entre estos misioneros, destaca la figura prominente de Fray Luis de Bolaños. Cambió los enfoques de la evangelización al adoptar un método poco convencional: adquirió el dominio del guaraní para establecer una relación con los indígenas. Este gesto, que parece sencillo, tuvo profundas implicaciones positivas. Bolaños tradujo el Catecismo de la Doctrina Cristiana al guaraní, texto que había sido aprobado oficialmente tanto por el Concilio Provincial de Lima en 1583 como por el Sínodo de Asunción en 1603. Este libro innovador no solo facilitó la evangelización, sino que también dió dignidad al guaraní como idioma y lo puso como fuente de transmisión cultural y espiritual.
Otro grupo que resaltó dentro de la religiosidad paraguaya fueron los jesuitas, quienes establecieron un sistema de reducciones que constituyó un experimento social sin precedentes en América. Tras la llegada de los franciscanos, llegaron como la respuesta en contra de la reforma protestante, y construyeron un marco de comunidades independientes en las que los guaraníes no sólo recibían educación religiosa, sino también formación vocacional en artes, música y artes técnicas. Las ruinas de la Misión Jesuita, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en Paraguay, siguen siendo testigos de esta profunda experiencia espiritual y humana que dejó una huella imborrable en la identidad nacional. Fue en estos asentamientos donde se produjo la síntesis cultural, dando origen a obras que aún hoy asombran.
Santos como San Blas, protector contra las enfermedades de garganta, y la Virgen de Caacupé,
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