Travesia 2025 | Page 11

Las bancas de madera crujieron cuando Serafina avanzó por el pasillo central. Era una mujer de porte firme, mirada desafiante y un intelecto afilado como una espada. Su vida había sido una lucha constante contra los muros invisibles de una sociedad que se negaba a reconocer el talento de una mujer.
Días antes, había recibido advertencias anónimas.“ Calla o atente a las consecuencias.” La noche anterior, alguien irrumpió en su oficina y robó su discurso. Pero Serafina no se rindió. Con ayuda de un estudiante, lo reescribió antes del amanecer. No era la primera vez que intentaban silenciarla, y sabía que no sería la última.
En el estrado, el jurista Benítez la observaba con abierta hostilidad. Su sola presencia era una advertencia. Él y otros como él no permitirían que una mujer cuestionara el orden establecido.
Señores comenzó Serafina, su voz resonando en cada rincón, he venido a demostrar que la educación y la justicia no pertenecen a un solo género por eso defiendo la tesis titulada Humanismo, esperando que todos tomemos conciencia sobre el valor que tenemos cada género para la construccion de una justa sociedad.
El murmullo en la sala se transformó en risas socarronas.
¿ Justicia? Benítez se levantó, con una sonrisa desdeñosa. Díganos, señorita Dávalos, ¿ quién le enseñó a repetir frases bonitas? ¿ Su padre? ¿ Su esposo? Porque una mujer sola no puede entender de leyes ni de política. Risas más fuertes. Burla abierta. Pero Serafina no apartó la mirada. Me enseñó la injusticia respondió con serenidad. Me enseñó cada tribunal que me negó la palabra, cada hombre que me interrumpió, cada profesor que me dijo que mi lugar estaba en la casa. Me enseñó el desprecio de aquellos que creen que la inteligencia es privilegio de los hombres.
Silencio. Por primera vez, incomodidad en los rostros de quienes la desafiaban.
De repente, una voz desde el fondo rompió la quietud:
¡ Vete a casa y cumple tu deber, mujer! ¡ Las leyes no son para quien debe cuidar hijos!*
Algunos se rieron. Otros se giraron para ver su reacción, esperando verla temblar.
Pero Serafina se mantuvo firme. Su voz no titubeó cuando dijo:
Si mi deber es obedecer sin pensar, prefiero la desobediencia. Si mi destino es el silencio, entonces he nacido para romperlo.
Su discurso continuó, más fuerte que nunca. Citó a filósofos, juristas y pensadores, argumentó con lógica irrefutable, desmantelando cada una de las excusas con las que querían mantener a las mujeres en la ignorancia. Algunos hombres desviaron la mirada. Otros fingieron desinterés, pero ya no podían ignorar la fuerza de sus palabras.
Cuando terminó, el jurado no pronunció aplausos ni elogios. Solo un gélido silencio. Pero en una de las últimas filas, una joven estudiante levantó la cabeza con admiración.
Serafina salió de la sala con la frente en alto. Sabía que su tesis no cambiaría el mundo de inmediato. Pero también sabía que el cambio ya había comenzado. La grieta estaba hecha. Y con cada palabra suya, el muro del patriarcado se resquebrajaría un poco más.
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