tradiciones y costumbres | Page 113

-Sí, señorito mío, yo soy la Nela. Lentamente y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo. Después callaron todos. Callaban mirándola. El primero que rompió la palabra fue Pablo, que dijo: -Eres tú... ¡Eres tú!... Marianela Después le ocurrieron muchas cosas, pero no pudo decir ninguna. Era preciso para ello que hubiera descubierto un nuevo lenguaje, así como había descubierto dos nuevos mundos, el de la luz, y el del amor por la forma. No hacía más que mirar, mirar y hacer memoria de aquel tenebroso mundo en que había vivido, allá donde quedaban perdidos entre la bruma sus pasiones, sus ideas y sus errores de ciego. Florentina se acercó derramando lágrimas, para examinar el rostro de la Nela, y Golfín que la observaba como hombre y como sabio, pronunció estas lúgubres palabras. -¡La mató! ¡Maldita vista suya! Y después mirando a Pablo con severidad le dijo: -Retírese usted. -Morir... morirse así sin causa alguna... Esto no puede ser -exclamó Florentina con angustia, poniendo la mano sobre la frente de la Nela-. ¡María!... ¡Marianela! La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se llama desde los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge en las hondísimas y negras aguas. -No responde -dijo Pablo con terror. Golfín tentaba aquella vida próxima a su extinción y observó que bajo su tacto aún latía la sangre. Pablo se inclinó sobre ella, acercó sus labios al oído de la moribunda y gritó: 112 -¡Nela, Nela, amiga querida! © RinconCastellano 1997 – 2011  www.rinconcastellano.com