Tom Sawyer
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Mark Twain
-¡Muy bien! Así hacen los chicos buenos. ¡Buen muchacho! ¡Un hombrecito de
provecho! Dos mil versículos son muchos, muchísimos. Y nunca te arrepentirás del
trabajo que te costó aprenderlos, pues el saber es lo que más vale en el mundo; él
es el que hace los grandes hombres y los hombres buenos;.tú serás algún día un
hombre grande y virtuoso, Thomas, y entonces mirarás hacia atrás y has de decir:
«Todo se debo a las ventajas de la inapreciable escuela dominical, en mi niñez; todo
se lo debo a mis queridos profesores, que me enseñaron a estudiar; todo se lo debo
al buen superintendente, que me alentó y se interesó por mí y me regaló una
magnífica y lujosa Biblia para mí solo: ¡todo lo debo a haber sido bien educado!»
Eso dirás, Thomas, y por todo el oro del mundo no darías esos dos mil versículos.
No, no los darías. Y ahora ¿querrás decirnos a esta señora y a mí algo de lo que
sabes? Ya sé que nos lo dirás, porque a nosotros nos enorgullecen los niños
estudiosos. Seguramente sabes los nombres de los doce discípulos.
¿No quieres decirnos cómo se llamaban los dos primeros que fueron elegidos? Tom
se estaba tirando de un botón, con aire borreguil. Se ruborizó y bajó los ojos: Mister
Walters empezó a trasudar, diciéndose a sí mismo: «No es posible que el muchacho
contestase a la menor pregunta... ¡En qué hora se le ha ocurrido al juez
examinarlo!» Sin embargo, se creyó obligado a intervenir, y dijo:
-Contesta a este señor, Thomas. No tengas miedo.
Tom continuó mudo.
-Me lo va a decir a mí -dijo la señora-. Los nombres de los primeros discípulos
fueron...
-¡David y Goliat!
Dejemos caer un velo compasivo sobre el resto de la escena.
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Preparado por Patricio Barros