Tom Sawyer
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Mark Twain
contestaba con un graznido sepulcral. Los dos estaban intimidados por aquella
solemnidad y hablaban poco. Cuando juzgaron que serían las doce, señalaron dónde
caía la sombra trazada por la luna y empezaron a cavar. Las esperanzas crecían. Su
interés era cada vez más intenso, y su laboriosidad no le iba a la zaga. El hoyo se
hacía más y más profundo; pero cada vez que les daba el corazón un vuelco al
sentir que el pico tropezaba en algo, sólo era para sufrir un nuevo desengaño: no
era sino una piedra o una raíz.
-Es inútil -dijo Tom al fin-, Huck, nos hemos equivocado otra vez.
-Pues no podemos equivocarnos. Señalemos la sombra justo donde estaba.
-Ya lo sé, pero hay otra cosa.
-¿Cuál?
-Que no hicimos más que figurarnos la hora. Puede ser que fuera demasiado
temprano o demasiado tarde.
Huck dejó caer la pala.
-¡Eso es! -dijo-. Ahí está el inconveniente. Tenemos que desistir de éste. Nunca
podremos saber la hora justa y, además, es cosa de mucho miedo a esta hora de la
noche, con brujas y aparecidos rondando por ahí, de esa manera. Todo el tiempo
me está pareciendo que tengo alguien detrás de mí, y no me atrevo a volver la
cabeza porque puede ser que haya otro delante, aguardando la ocasión. Tengo la
carne de gallina desde que estoy aquí.
-También a mí me pasa lo mismo, Huck. Casi siempre meten dentro un difunto
cuando entierran un tesoro debajo de un árbol, para que esté allí guardándolo.
-¡Cristo!
-Sí que lo hacen. Siempre lo oí decir.
Tom, a mí no me gusta andar haciendo tonterías donde hay gente muerta. Aunque
uno no quiera, se mete en enredos con ellos; tenlo por seguro.
-A mí tampoco me gusta hurgarlos. Figúrate que hubiera aquí uno y sacase la
calavera y nos dijera algo.
-¡Cállate, Tom! Es terrible.
-Sí que lo es. Yo no estoy nada tranquilo.
-Oye, Tom, vamos a dejar esto y a probar en cualquier otro sitio.
-Mejor será.
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Preparado por Patricio Barros