Tom Sawyer
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Mark Twain
insegura, a hizo de aquello un lamentable berenjenal; y un rumor de apagadas risas
corrió por todo el público. Se dio cuenta de lo que pasaba, y se puso a enmendarlo.
Pasó la esponja por algunas líneas, y las trazó de nuevo; pero le salieron aún más
absurdas y dislocadas, y las risitas fueron en aumento. Puso ahora toda su atención
y empeño en la tarea, resuelto a no dejarse achicar por aquel regocijo. Sentía que
todas las miradas estaban fijas en él; creyó que había triunfado al fin, y sin
embargo las risas seguían cada vez más nutridas y ruidosas. Y había razón para
ello. En el techo, sobre la cabeza del maestro, había una trampa que daba a una
buhardilla; por ella apareció un gato suspendido de una cuerda atada a su cuerpo.
Tenía la cabeza envuelta en un trapo, para que no maullase. Según iba bajando
lentamente se curvó hacia arriba y arañó la cuerda; después se dobló hacia abajo,
dando zarpazos en el aire intangible. El jolgorio crecía: ya estaba el gato tan sólo a
media cuarta de la cabeza del absorto maestro. Siguió bajando, bajando, y hundió
las uñas en la peluca, se asió a ella, furibundo, y de pronto tiraron de él hacia
arriba, con el trofeo en las garras. ¡Qué fulgores lanzó la calva del maestro! Como
que el hijo del pintor se la había dorado.
Con aquello acabó la reunión. Los chicos estaban vengados. Habían empezado las
vacaciones.
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Preparado por Patricio Barros