Tom Sawyer
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Mark Twain
Capítulo 2
El glorioso pintor de brocha gorda
Llegó la mañana del sábado y el mundo estival apareció luminoso y fresco y
rebosante de vida. En cada corazón resonaba un canto; y si el corazón era joven, la
música subía hasta los labios. Todas las caras parecían alegres, y los cuerpos,
anhelosos de movimiento. Las acacias estaban en flor y su fragancia saturaba el
aire.
El monte de Cardiff, al otro lado del pueblo, y alzándose por encima de él, estaba
todo cubierto de verde vegetación y lo bastante alejado para parecer una deliciosa
tierra prometida que invitaba al reposo y al ensueño.
Tom apareció en la calle con un cubo de lechada y una brocha atada en la punta de
una pértiga. Echó una mirada a la cerca, y la Naturaleza perdió toda alegría y una
aplanadora tristeza descendió sobre su espíritu.
¡Treinta varas de valla de nueve pies de altura! Le pareció que la vida era vana y sin
objeto y la existencia una pesadumbre. Lanzando un suspiro, mojó la brocha y la
pasó a lo largo del tablón más alto; repitió la operación; la volvió a repetir, comparó
la insignificante franja enjalbegada con el vasto continente de cerca sin encalar, y
se sentó sobre el boj, descorazonado.
Jim, salió a la puerta haciendo cabriolas, con un balde de cinc y cantando Las
muchachas de Búffalo. Acarrear agua desde la fuente del pueblo había sido siempre
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Preparado por Patricio Barros