18
March 5, 2019 | The Valley Catholic
NOTICIAS EN ESPAÑOL
¿Qué tiene que ver la Ceniza con la Cuaresma?
Por Lupita Vital
Directora
Apostolado Hispano
[email protected]
CENIZA
La Cuaresma da comienzo con el
miércoles de Ceniza, por lo tanto es
bueno recordar que la Ceniza no es
magia ni tampoco un Sacramento.
Es un sacramental, por el cual la
Iglesia nos invita a reconciliarnos y
a pedir perdón. La Cuaresma, es el
momento de mostrar nuestro creci-
miento espiritual desde el fondo de
nuestro corazón, es el momento de
responder a la gracia de Dios, desde
lo profundo nuestra humanidad.
La Iglesia nos enseña que los sac-
ramentales son señales de fe y que
los símbolos cristianos tienen sig-
nificado. La costumbre del pueblo
Hispano de tener objetos benditos
de decir oraciones especiales, y de
hacer y vivir signos, es muy antigua.
Con el miércoles de Ceniza el
pueblo Hispano vive su fe y cel-
ebra la forma de palpar lo infinito
con el símbolo de poner ceniza en
su frente. El Vaticano II, nos dice
que, “Revísense los sacramentales,
teniendo en cuenta la norma funda-
mental de la participación consiente
activa y fácil de los fieles, y atendi-
endo a las necesidades de nuestros
tiempos.” (SC # 79). El Catecismo de
la Iglesia Católica en su (#1667-1679)
nos da pautas importantes a seguir
y a poner atención de que en los
sacramentales se debe de consid-
erar la importancia de la catequesis
en la piedad de los fieles dentro de
la Religiosidad Popular, y de las
diversas culturas que atienden a la
celebración de la Ceniza.
A Continuación, el Texto completo del Mensaje del Papa Francisco para está Cuaresma 2019:
“La Creación, Expectante, está Aguardando la Manifestación de los Hijos de Dios”
Cada año, a través de la Madre
Iglesia, Dios “concede a sus hijos
anhelar, con el gozo de habernos pu-
rificado, la solemnidad de la Pascua,
para que […] por la celebración de los
misterios que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de
Dios” (Prefacio I de Cuaresma). De
este modo podemos caminar, de Pas-
cua en Pascua, hacia el cumplimiento
de aquella salvación que ya hemos
recibido gracias al misterio pascual
de Cristo: “Pues hemos sido salvados
en esperanza” (Rm 8,24).
Este misterio de salvación, que
ya obra en nosotros durante la vida
terrena, es un proceso dinámico
que incluye también a la historia y
a toda la creación. San Pablo llega a
decir: “La creación, expectante, está
aguardando la manifestación de los
hijos de Dios” (Rm8,19). Desde esta
perspectiva querría sugerir algunos
puntos de reflexión, que acompañen
nuestro camino de conversión en la
próxima Cuaresma.
1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual
de la pasión, muerte y resurrección
de Cristo, culmen del año litúrgico,
nos llama una y otra vez a vivir un
itinerario de preparación, conscientes
de que ser conformes a Cristo (cf.
Rm 8,29) es un don inestimable de la
misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de
Dios, si vive como persona redimida,
que se deja llevar por el Espíritu
Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer
y poner en práctica la ley de Dios, co-
menzando por la que está inscrita en
su corazón y en la naturaleza, beneficia
también a la creación, cooperando en
su redención.
Por esto, la creación – dice san
Pablo – desea ardientemente que se
manifiesten los hijos de Dios, es decir,
que cuantos gozan de la gracia del
misterio pascual de Jesús disfruten
plenamente de sus frutos, destinados
a alcanzar su maduración completa en
la redención del mismo cuerpo huma-
no. Cuando la caridad de Cristo trans-
figura la vida de los santos – espíritu,
alma y cuerpo, estos alaban a Dios y,
con la oración, la contemplación y el
arte hacen partícipes de ello también
a las criaturas, como demuestra de
forma admirable el “Cántico del her-
mano sol” de san Francisco de Asís
(cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo,
en este mundo la armonía generada
por la redención está amenazada, hoy
y siempre, por la fuerza negativa del
pecado y de la muerte.
2. La fuerza destructiva del pecado
Efectivamente, cuando no vivimos
como hijos de Dios, a menudo tenemos
comportamientos destructivos hacia el
prójimo y las demás criaturas y tam-
bién hacia nosotros mismos, al consid-
erar, más o menos conscientemente,
que podemos usarlos como nos plazca.
Entonces, domina la intemper-
ancia y eso lleva a un estilo de vida
que viola los límites que nuestra
condición humana y la naturaleza nos
piden respetar, y se siguen los deseos
incontrolados que en el libro de la
Sabiduría se atribuyen a los impíos, o
Photo de CNS
sea a quienes no tienen a Dios como
punto de referencia de sus acciones, ni
una esperanza para el futuro (cf. 2,1-
11). Si no anhelamos continuamente la
Pascua, si no vivimos en el horizonte
de la Resurrección, está claro que la
lógica del todo y ya, del tener cada vez
más acaba por imponerse.
Como sabemos, la causa de todo
mal es el pecado, que desde su apar-
ición entre los hombres interrumpió la
comunión con Dios, con los demás y
con la creación, a la cual estamos vin-
culados ante todo mediante nuestro
cuerpo.
El hecho de que se haya roto la co-
munión con Dios, también ha dañado
la relación armoniosa de los seres
humanos con el ambiente en el que
están llamados a vivir, de manera
que el jardín se ha transformado en
un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del
pecado que lleva al hombre a consid-
erarse el dios de la creación, a sentirse
su dueño absoluto y a no usarla para el
fin deseado por el Creador, sino para
su propio interés, en detrimento de las
criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios,
la ley del amor, acaba triunfando la
ley del más fuerte sobre el más débil.
El pecado que anida en el corazón del
hombre (cf. Mc 7,20-23) – y se manifies-
ta como avidez, afán por un bienestar
desmedido, desinterés por el bien de
los demás y a menudo también por el
propio – lleva a la explotación de la
creación, de las personas y del medio
ambiente, según la codicia insaciable
que considera todo deseo como un
derecho y que antes o después acabará
por destruir incluso a quien vive bajo
su dominio.
Que nuestra Cuaresma suponga
recorrer ese mismo camino, para llevar
también la esperanza de Cristo a la cre-
ación, que “será liberada de la esclavi-
tud de la corrupción para entrar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios”
(Rm 8,21). No dejemos transcurrir en
vano este tiempo favorable. Pidamos
a Dios que nos ayude a emprender un
camino de verdadera conversión.
Abandonemos el egoísmo, la mi-
rada f ija en nosot ros m ismos, y
dirijámonos a la Pascua de Jesús;
hagámonos prójimos de nuestros
hermanos y hermanas que pasan
dificultades, compartiendo con ellos
nuestros bienes espirituales y mate-
riales. Así, acogiendo en lo concreto
de nuestra vida la victoria de Cristo
sobre el pecado y la muerte, atraer-
emos su fuerza transformadora tam-
bién sobre la creación.
Si desea ver completo el mensaje
vaya a: Aciprensa.com.