Test Drive | Page 123

Allí debajo puso los víveres que habían transportado y que consistían en conservas, carne ahumada, bizcochos y algunas botellas de vino de España. Después lanzó a sus seis hombres a derecha e izquierda para batir el bosque, con el fin de asegurarse de que no se escondía por allí ningún espía. Sandokán y Yáñez, después de haber llegado a doscientos metros de las empalizadas del jardín, volvieron hacia atrás y se tendieron bajo la tienda. ¿Estás satisfecho del plan, Sandokán? -preguntó el portugués. -Sí, hermano -respondió el Tigre de Malasia. -No estamos más que a dos kilómetros del jardín, sobre el camino que conduce a Victoria. Si el lord quiere abandonar la quinta, se verá obligado a pasar a un tiro de fusil de nosotros. En menos de media hora podemos reunir veinte hombres, resueltos, decididos a todo, y en una hora podemos tener con nosotros a toda la tripulación del prao. Si se mueve, le caeremos todos encima. -Sí, todos -dijo Sandokán-. Yo estoy dispuesto a todo, incluso a arrojar a mis hombres contra un regimiento entero. -Entonces comamos algo, hermanito mío –dijo Yáñez, riendo-. Este viajecito matinal me ha abierto el apetito de un modo extraordinario. Habían devorado ya la comida y estaban fumando unos cigarrillos y chupeteando una botella de whisky, cuando vieron entrar precipitadamente a Paranoa. El bravo malayo tenía el rostro alterado y parecía presa de una viva agitación. -¿Qué pasa? -preguntó Sandokán, levantándose rápidamente y alargando una mano hacia el fusil. -Alguien se acerca, capitán -dijo Paranoa-. He oído el galope de un caballo. -¿Será algún inglés que se dirige a Victoria? -No, Tigre de Malasia; debe de venir de Victoria. -¿Está lejos todavía? -preguntó Yáñez. -Creo que sí. -Ven, Sandokán. Tomaron las carabinas y se lanzaron fuera de la tienda, mientras los hombres de la escolta se emboscaban en medio de los arbustos, montando precipitadamente los fusiles. Sandokán se dirigió hacia el sendero y se arrodilló, apoyando una oreja contra el suelo. La superficie de la tierra transmitía claramente el galope apresurado de un caballo. -Sí, un jinete se acerca -dijo, levantándose ágilmente. -Te aconsejo que lo dejes pasar sin molestarlo -dijo Yáñez. -¿Eso piensas? Lo haremos prisionero, amigo mío. -¿Con qué objeto? -Puede llevar a la quinta algún mensaje importante. -Si lo atacamos se defenderá, disparará el mosquete, quizá también la pistola, y las detonaciones pueden ser oídas por los soldados de la quinta. -Le haremos caer en nuestras manos sin darle tiempo a que eche mano a las armas. -Es una cosa un poco difícil, Sandokán. -Al contrario, es mucho más fácil de lo que crees. -Explícate. -El caballo viene a galope, y por tanto no podrá evitar un obstáculo. El jinete se verá arrojado de golpe y nosotros caeremos encima de él, impidiéndole reaccionar. -¿Y qué obstáculo vas a preparar? -Paranoa, ve a coger una soga y tráemela rápido. -Comprendo -dijo Yáñez-. ¡Ah!... ¡Qué espléndida idea! ¡Sí, capturémoslo, Sandokán! ¡Por Júpiter, cómo lo utilizaremos!... ¡No había caído en ello!... -¿Qué nueva idea se te ha ocurrido, Yáñez? -Lo sabrás más tarde. ¡Ah, ah!... ¡Qué juego más bonito! Página 123