pasar frente a la puerta que tan bien recordaba, y que siempre estará asociada en mi
mente con mi noviazgo y con los siniestros incidentes del Estudio en escarlata, se
apoderó de mí un fuerte deseo de volver a ver a Holmes y saber en qué empleaba sus
extraordinarios poderes. Sus habitaciones estaban completamente iluminadas, y al mirar
hacia arriba vi pasar dos veces su figura alta y delgada, una oscura silueta en los visillos.
Daba rápidas zancadas por la habitación, con aire ansioso, la cabeza hundida sobre el
pecho y las manos juntas en la espalda. A mí, que conocía perfectamente sus hábitos y
sus humores, su actitud y comportamiento me contaron toda una historia. Estaba
trabajando otra vez. Había salido de los sueños inducidos por la droga y seguía de cerca
el rastro de algún nuevo problema. Tiré de la campanilla y me condujeron a la habitación
que, en parte, había sido mía.
No estuvo muy efusivo; rara vez lo estaba, pero creo que se alegró de verme. Sin
apenas pronunciar palabra, pero con una mirada cariñosa, me indicó una butaca, me
arrojó su caja de cigarros, y señaló una botella de licor y un sifón que había en la esquina.
Luego se plantó delante del fuego y me miró de aquella manera suya tan ensimismada.
––El matrimonio le sienta bien ––comentó––. Yo diría, Watson, que ha engordado
usted siete libras y media desde la última vez que le vi.
––Siete ––respondí.
––La verdad, yo diría que algo más. Sólo un poquito más, me parece a mí, Watson. Y
veo que está ejerciendo de nuevo. No me dijo que se proponía volver a su profesión.
––Entonces, ¿cómo lo sabe?
––Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé que hace poco sufrió usted un remojón y que tiene una
sirvienta de lo más torpe y descuidada?
––Mi querido Holmes ––dije––, esto es demasiado. No me cabe duda de que si hubiera
vivido usted hace unos siglos le habrían quemado en la hoguera. Es cierto que el jueves
di un paseo por el campo y volví a casa hecho una sopa; pero, dado que me he cambiado
de ropa, no logro imaginarme cómo ha podido adivinarlo. Y respecto a Mary Jane, es
incorregible y mi mujer la ha despedido; pero tampoco me explico cómo lo ha
averiguado.
Se rió para sus adentros y se frotó las largas y nerviosas manos.
––Es lo más sencillo del mundo ––dijo––. Mis ojos me dicen que en la parte interior de
su zapato izquierdo, donde da la luz de la chimenea, la suela está rayada con seis marcas
casi paralelas. Evidentemente, las ha producido alguien que ha raspado sin nin