alba recomenzó su cañoneo. No podía faltar ya mucho tiempo para que el Nautilus se
decidiera a atacar y nosotros a dejar para siempre a aquel hombre al que yo no osaba juzgar.
Me disponía ya a bajar, a fin de prevenir a mis compane-ros, cuando el segundo subió a la
plataforma, acompañado de varios marinos. El capitán Nemo no les vio o no quiso verlos.
Se tomaron las disposiciones que podrían llamarse de «zafarrancho de combate». Eran muy
sencillas; consis-tían únicame